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El sueño de Benjamín cambió varias veces durante la noche. Después de perseguir a Ismael por el cafetal y que le dijera en su sueño aquellas palabras, soñó con la cueva, que el flautista entraba ahí y que lo llamaba. Era un hombre alto de traje y corbata, pero no podía ver su rostro. Benjamín caminaba hacia ahí pero luego algo lo detenía, como una pared invisible y cuando no era una pared invisible la tierra se convertía en un fango que le apresaba los pies.

Había una figura oscura en el cerro de la montaña, lo veía desde lejos, pero siempre en cada pesadilla o sueño regresaba a Ismael, a la calidez de su piel, a su aliento en su cuello y eso lo calmaba.

Cuando despertó en la mañana, el sol apenas comenzaba a despuntar por la montaña, hacía más frío que nunca pero su cuerpo estaba calentito. Abrió los ojos y se encontró de frente con el rostro de Ismael que dormía, estaban frente a frente, su brazo estaba por sobre el hombro del administrador y este tenía su propia mano por sobre el torso de Benjamín, abrazándolo con fuerza. Sus pechos frente a frente, las piernas del hombre enredadas en las suyas eran grandes, pesadas. Benjamín deseó no haberse puesto ese pantalón largo hasta los tobillos, así podría sentir la piel calidad de sus piernas. El hombre tenía unos labios carnosos, una nariz recta y una barba poblada, las cejas eran rectas y abundantes. Benjamín levantó un poco la mano y cruzó con el pulgar la ancha ceja el hombre. Durmiendo era muy atractivo, más bien era un poco tierno, se veía realmente como era, como muchacho grande, no como ese hombre fiero que tenía que responder por La Epifanía a como diera lugar, con tanta responsabilidad y estrés. Acostado entre sus brazos era un muchacho, un muchacho tranquilo, tierno y frágil. El hombre suspiró profundo, apretó con más fuerza a Benjamín contra sí y acercó su cara a la suya tanto que sus narices se rozaron. Parecía que estaba a punto de despertar, así que Benjamín quitó lentamente la mano que tenía en el hombro de él, así cuando el administrador despertara, no parecería que Benjamín le devolvía el abrazo.

Cerró los ojos y los apretó, fingiendo dormir, entonces sintió como el cuerpo el administrador se tensó, como si se asustara, pero no se apartó, se quedó ahí muy quieto. Cuando alejó el rostro Benjamín sintió como la punta de la nariz se apartó de la suya. El hombre suspiró profundo, pero no lo soltó, la mano de él en su espalda se movió hacia abajo, no era simplemente acomodándola, deliberadamente la mano de Ismael trazó una línea recta desde su cuello por su columna Hasta la espalda baja, luego subió lentamente hacia sus costillas y se quedó ahí. Benjamín no aguantó la tentación de entre abrir los ojos y cuando lo hizo se encontró con los claros ojos del Iris del hombre que lo miraba fijamente. Se quedaron ahí mirándose solo un segundo, uno que se sintió largo y acogedor, luego Ismael apartó la mano y se quitó, desenredó los pies de los suyos y se sentó en la cama sacando los pies por el borde y dándole la espalda.

—¿Cómo amaneciste? —le preguntó Benjamín por romper la extraña sensación incómoda que lo había invadido. Ismael se encogió de hombros.

—Bien, hay que seguir cogiendo café. Contestó con frialdad. Benjamín se estiró, la cama del hombre era cómoda, era la mezcla perfecta entre un colchón duro, pero blando, la cobija era suavecita y la almohada esponjosa, deseo poderse quedar ahí otro rato. Deseo también estirar la mano, acariciar la espalda del administrador y atraerlo de nuevo hacia la cama, luego se recordó que no debía pensar esas cosas. Comenzó a ponerse de pie.

—Esta vez sí no me va a decir qué es lo que tengo que hacer o no, ¿oyó? Voy a coger café. ¡ay! —sintió un dolor punzante en las puntas de los dedos y cuando se miró, notó que tenía un par de dedos inflamados. La cutícula de sus uñas se había separado hacia arriba, como cáscaras de banano. Le había sucedido en el cafetal tratando de agarrar los granos, sus dedos no estaban acostumbrados, no imaginó que era tan grave hasta que trató de apretar el puño y notó que varios de los dedos no le cerraban bien.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora