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Cuando Benjamín despertó, estaba solo en la cama, se había quedado dormido de una forma muy profunda ya que no se dio cuenta cuando Ismael se salió de debajo de su camisa y abrió la puerta de la habitación. Era un día soleado, al parecer ya era tarde en la mañana, el sol rebotaba en todas las verdosas hojas del café.

Se puso de pie y caminó al corredor, Ismael estaba ahí de pie, tenía un pantalón largo y estaba sin camisa y con una humeante taza de café entre las manos mientras observaba el cafetal. Cuando Benjamín llegó con él, le apoyó la mano en la espalda, el hombre lo miró y luego sonrió levemente.

—¿cómo es que siempre te despiertas primero que yo?

—Es que eres un perezoso para dormir —comentó el administrador, se veía cansado, con las ojeras marcadas.

—Pasaste toda la noche ahí sentado —Ismael se encogió de hombros.

—Tenía que estar pendiente por si volvía esa criatura —Benjamín recordó aquello y le entró un frío en el cuerpo —te ves menos asustado de lo que deberías, un monstruo casi te lleva anoche —Benjamín se acercó hacia él, se paró a su lado y hombro con hombro miró hacia la cocina. Por la chimenea del fogón de leña salía una humareda espesa, doña Doralba había madrugado, pero Benjamín ciertamente no supo A qué, tal vez era la costumbre ya no había trabajadores ese día y aunque había cosas por hacer, no eran tan importantes.

—Te juro que lo que te dije anoche es verdad, no quería hacerme daño, solo quería llevarme.

—Pues no quería hacerte daño en ese momento, pero ¿después de que te llevara al lugar donde querías llevarte qué? —Benjamín se encogió de hombros.

—Tienes razón, pero no sé por qué no estoy tan asustado, fue extraño... —Luis salió de la cocina, tenía puestas sus botas y su sombrero grande, en cuanto los vio en el corredor agachó la mirada, dio la vuelta y entró nuevamente —Pero él sí tenía miedo, salió cuando esa criatura me llevaba, le pedí ayuda, pero él se quedó ahí parado y luego huyó. Me abandonó como un cobarde —la mano cálida de Ismael se apoyó en su hombro, cuando Benjamín lo miró, los ojos claros del hombre lo penetraron.

—No lo juzgues por eso, todas las personas somos diferentes, el miedo a veces nos hace hacer cosas incomprensibles.

—Sí, como abandonar a tus amigos a la suerte. Ayer hablé con él, me contó un poco su historia — Omitió contar la parte en que se le había escapado al joven que el exnovio de Ismael se había suicidado por él —pensé que habíamos hecho una especie de conexión de amigos, ya sabes, pero anoche me abandonó.

—Luis siempre ha sido un poco así —comentó Ismael pensativo —es un muchacho un poco egoísta y mujeriego... No le digas que te dije, pero lo he analizado por todos estos años, el vacío que dejó la muerte de su madre lo afectó demasiado. Imagino que hace eso porque se siente solo, no le abre su corazón a ninguna mujer porque teme que lo hieran cómo lo hirió su madre cuando se fue y es egoísta porque siempre ha estado solo. Nosotros hemos estado a su lado desde que era niño, pero igual se siente solo, lo sé.

—Pero yo no tengo la culpa de eso, él me abandonó. Si tú no hubieras estado esa cosa me hubieras llevado.

—Pero sí estuve —la mano del administrador se apretó con más fuerza en su hombro —yo nunca hubiera permitido que te llevara —Benjamín sonrió y le apartó la mirada viendo hacia el suelo. Desde el segundo piso se lograba ver el surco por dónde la criatura se había querido llevar a Benjamín, los árboles estaban doblados, las gajas desgarradas de los troncos. — ¿anoche me besaste? —le preguntó el administrador y Benjamín sintió que le subió calor a la cara, el estómago se le revolcó. Hizo dos puños las manos para que no notaran que le comenzaron a temblar.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora