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Gael sarmiento era un hombre intenso, fue lo primero que Benjamín descubrió en el primer minuto en que conoció al hombre.

Lo tomó por la espalda, casi arrastrado, como un vendedor ambulante y desesperado que lo guió hasta una cafetería y le pidió un capuchino a la chica que atendía y ella lo miró mal.

—No vendemos de eso acá —contestó de mala gana, como si el hombre la tuviera harta, tal vez así fuera.

— No creo que tenga algo que me interese — le comentó Benjamín cuando el hombre clavó sus ojos pequeños en los suyos, la presencia de Gael lo intimidaba, pero no en un sentido romántico o erótico, era más bien uno incómodo. Los movimientos del hombre eran herrados, parecía en plena crisis de abstinencia y Benjamín se preguntó si tal vez lo era.

— Claro que tengo algo que le gustará — extrañamente, su voz era más segura que sus movimientos — una propuesta —Benjamín le dio un sorbo al café que le trajo la mujer y le apartó la mirada al hombre que lo veía con intensidad.

— ¿De qué se trata? — le preguntó más bien por cortar el incómodo silencio que se formó en el momento y Gael se frotó las manos como una mosca.

— Te quiero comprar La Epifanía — Benjamín casi se ahoga con el sorbo de café que tenía en la boca.

— ¿De qué está hablando? Yo...

— De que quiero comprar su finca, y créame, a un precio muy justo — cuando le dijo el precio Gabriel sintió la espina de la duda clavada en la frente.

— Es como un cincuenta por ciento más de lo que vale La Epifanía — Gael asintió, emocionado, parecía que en su mente ya había logrado el trato de su vida.

— Piénselo, nadie, reitero, nadie le comprará la epifanía ni por la mitad del precio que usted pediría, ese lugar está condenado a la extinción, lo mejor es que se deshaga de ella antes de que lo lleve a la ruina — Benjamín dejó escapar el aire, era una muy buena propuesta.

—No puedo hacerle esto a los trabajadores...

— Si es por ellos no se preocupe, con ese dinero pude poner un buen negocio acá en el pueblo y funcionará... amenos de que contrate al atarban de Ismael Lodoño como administrador, ese hombre es un bruto.

— Parece que ya tuvo problemas con él — esa historia sí le interesaba a Benjamín.

— Pues sí, la primera vez que visité La Epifanía para hacer una oferta no solo no le gustó, me golpeó en la cara y me hizo esta cicatriz — le enseñó un hilo plateado que le atravesaba el pómulo y Benjamín abrió la boca. Imaginaba que Ismael era agresivo, pero no pensó que pudiera llegar a tal extremo y eso lo asustó — Yo solo quiero ayudar.

— Pero, ¿Qué haría usted con la finca? No le sirve de nada si nadie se quiere aparecer por allá — el hombre se encogió de hombros, dando a entender que sus razones las mantendría ocultas, y al notar la duda que vaciló en los labios de Benjamín, se aclaró la garganta.

— Sé que están pasando por un momento muy difícil, yo podría ayudar con eso. ¿qué le parece un préstamo? Uno sin intereses, cuando la finca logre levantar cabeza podría darle tres veces lo que vale, y durante ese tiempo puede hablar con quien tenga que hablar, aunque... ¿no es usted el dueño? — Benjamín asintió.

— Lo soy.

— ¿Entonces por qué piensa tanto la decisión? Es bastante fácil, si eres el dueño, nadie debería cuestionarte. Podrías estar de regreso en Medellín con un buen negocio, con tus amigos y un poco de tu antigua vida en la civilización — Benjamín bajó la mirada hacia el café y Gael sonrió, pero antes de que lograra decir algo, Luís apareció como un relámpago y agarró a Benjamín del brazo poniéndolo de pie, era más fuerte de lo que parecía.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora