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Cuando la mañana llegó a La Epifanía, el sol encontró a Benjamín en el rincón de la cama, con las sábanas en el mentón y los ojos enrojecidos fijos en la puerta. La luz del sol se colaba por las rendijas que dejaban las tablas y Benjamín par parpadeó. No apartó la mirada ni una sola vez de la puerta en lo que quedó de noche.

Escuchó los pasos de Ismael hacia su habitación y las conversaciones de los trabajadores hasta el amanecer, pero no se atrevió a apartar la mirada de la puerta. Temía que Juan llegara en cualquier momento a terminar lo que había comenzado, pero la luz del sol le dio un poco más de fortaleza.

Se levantó de la cama bajando la gata de su regazo. Era extraño, Miu era una gata esquiva, arisca y grosera, nunca había decidido, por voluntad propia, subirse al regazo de nadie, pero Benjamín no se quejó, el animal le hizo compañía toda la noche sin rechistar, tal vez estaba más asustada que él.

Cuando abrió las puertas recibió la calidez del sol son placer, y cerró los ojos dejándose invadir por el calorcito de la mañana.

Alguien caminó por el ruidoso corredor y abrió los ojos para encontrarse con Ismael, el hombre venía únicamente con una toalla muy corta que dejaba ver sus portentosas piernas y unca capa de vello suave y castaño que las cubría al igual que el pecho fuerte de grandes pectorales. Benjamín lo hubiera morboseado más si hubiera tenido cabeza para eso, pero se sentía débil y mareado.

— Se ve horrible — le dijo Ismael, todo su cuerpo estaba mojado y el joven se preguntó si acaso no le daba frío andar desnudo por la casa a esas horas.

— ¿Es normal pasarse en pelota por toda la casa? — el mayor ladeó la cabeza.

— Por si no se dio cuenta, el baño está en el corredor.

— Usted durmió — no era una pregunta, el administrador se veía entero esa mañana — ¿Cómo tuvo cabeza para dormir?

— Pues, no fue a mi al que intentaron matar, a demás no es mi primera posesión — Benjamín le apartó la mirada, no estaba esa mañana para aguantar al administrador, así que se ajustó el saco que tenía y se frotó las manos para conservar el calor — vaya tómese un tinto y verá que se le pasa el frío — le dijo Ismael y Benjamín suspiró.

— No fija que ahora le importo — el administrador hizo una mueca extraña y lo dejó solo. Benjamín se ajustó el saco y caminó por el ruidoso piso de madera, bajó las escaleras y cuando llegó a la cocina, Doralba lo recibió con una cálida sonrisa, le ofreció una humeante taza de café oscuro hecho con aguapanela y se sentó en una de las bancas alargadas. Los trabajadores llegaron en un pequeño grupo silencioso al lugar, le dedicaron una mirada extraña a Benjamín y recibieron el café que la mujer les ofrecía.

Benjamín notó lo evidente, los trabajadores eran pocos, muy pocos, solo cuatro. No quiso preguntar donde estaban los demás, y mucho menos preguntar por Juan, imaginó que el joven había salido espantado de La Epifanía en cuanto el sol le dio vía libre para correr por la carretera.

Cuando Ismael bajó, hasta Benjamín logró sentir un poco de empatía con la cara del hombre al comprobar los pocos trabajadores que le quedaban. Se recostó en el poste de guadua y miró un punto en el cafetal por un largo rato. Benjamín casi que logró sentir lo que sentía el hombre, lo sintió cuando sus padres se fueron de casa y a él le quedaron veinticuatro horas para dejar el lugar que lo había visto crecer antes de que llegaran sus nuevos dueños. Cuando salió de la casa observó la puerta en que se cortó la ceja, el ladrillo donde había puesto un volador y también por donde se había colado ese hombre que conoció en el club y que le quitó la virginidad. Cundo se alejó con las últimas cosas que le quedaban por la calle solitaria de esa madrugada se sintió vacío y abandonado, e imaginó que al llegar a La Epifanía lograría encontrar el hogar que parecía había buscado por años, pero no encontró más que un lugar que se caía a pedazos y casi un asesinato.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora