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Benjamín se quedó un paso detrás de doña Doralba, la mujer se había puesto enfrente, como si quisiera protegerlo de la amenaza que representaba Gael, pero se preguntó si era para tanto. La historia que Ismael le había contado sobre el suicidio del hombre de la finca vecina podía ser tal vez una coincidencia, ¿no? Gael no había sido desagradable con él en ningún momento.

—Benjamín, ¿Podemos hablar a solas? —le preguntó Gael estirando el cuello, pero Benjamín no supo qué contestar.

—Lo siento, Gael, pero creo que usted y yo no tenemos nada que hablar. Yo no voy a vender La Epifanía, y tampoco necesito el préstamo... deje así, mejor váyase antes de que venga Ismael —el hombre se metió las manos en los bolsillos de su costoso traje, luego chasqueó la lengua.

—No le tengo miedo a Ismael.

—Pues debería —le dijo doña Doralba —recuerde lo que pasó la última vez, ¿ya lo olvidó? —el hombre se tocó el pómulo, como si recordara aún el dolor del golpe que le administrador le había dado.

—Pues no lo olvido, tengo una marca para toda la vida que no me permitirá olvidarlo, pero esto es más grande que él, es más grande que todos ustedes. Benjamín, por favor, solamente necesito diez minutos —doña Doralba volteó a mirar a Benjamín, luego se cruzó de brazos.

—¿Qué harás? —le preguntó la mujer. Benjamín miró hacia el suelo, la verdad no tenía ni idea, no quería vender La Epifanía, tampoco aceptaría el préstamo, así que no imaginó de qué otra cosa podía hablar con el hombre así que negó.

—Ya le dije que no tenemos nada qué hablar— Gael se pasó los dedos por su perfecto cabello despeinándolo un poco.

—De verdad necesito hablar contigo, y es imprescindible que hablemos, ¿Sí? Por favor. No tiene nada que ver con el préstamo o vender La Epifanía, es sobre la finca, es sobre... ¿Podemos hablar? —Benjamín apretó los puños, el entumecimiento que sentía en los dedos cedió un poco y sintió el ardor de sus heridas, luego, dejó escapar el aire.

—Está bien, pero solamente tiene cinco minutos —Cuando dio un paso al frente, alguien gritó desde atrás.

— ¡Ni se le ocurra Benjamín Bernal! —Benjamín volteó, Ismael llegaba con paso acelerado y la cara roja, se quitó el sombrero y cuando llegó al lado de Benjamín le apoyó la mano en el pecho y lo empujó un poco hacia atrás poniéndose entre él y Gael —es mejor que se vaya de aquí, sabe que no es bienvenido.

—Creo que esa decisión no la toma usted —le recriminó el hombre —Benjamín es el dueño de La Epifanía, solo él puede decirme si soy uno bienvenido en la finca.

—Benjamín puede ser un poco inocente y buena gente, eso es lo que usted vio en él, ¿no? Alguien fácil de manipular.

—Yo no soy tan fácil de manipular —murmuró Benjamín desde atrás, pero ninguno lo escuchó.

—Regrese por donde vino, Gael o le prometo que esta vez no será solo una cicatriz lo que le quede para toda la vida.

—Sí, sí, ya sé que usted es un hombre agresivo y violento que ataca sin justificación.

—¿Sin justificación? Me llamó campesino sucio e ignorante, agradezca que no le rompí un brazo.

—Pues mentiras no dije, ahora hágase a un lado que voy a hablar con el dueño de La Epifanía, con el dueño de verdad, usted no es más que un empleado, esta tierra no es su tierra, no tiene ni voz ni voto, sólo Benjamín puede dar la última palabra —todos Se volvieron hacia Benjamín, los ojos claros de Ismael se clavaron en los suyos, pero no lo miró con rabia ni desprecio, lo miró con una mezcla de súplica e impaciencia. Benjamín se aclaró la garganta, aprovechó que en ese momento Luis y las dos muchachas llegaban al lugar bastante asustados para tomarse un segundo para pensarlo bien.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora