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—¡Ayuda! —gritó Benjamín, la garganta le ardió de lo fuerte que gritó. Se agarró al primer árbol de café del surco, sus manos se afianzaron con fuerza al tronco —¡ayuda! —gritó nuevamente, presa del terror.

La adrenalina en el cuerpo le dio una fuerza sobrehumana, se aferró del tronco como si la vida se le estuviera escapando. La criatura lo bajó de su hombro, Benjamín sintió como sus glúteos se apoyaron en el vientre del ser. Al estar su piel contra la suya, Benjamín intuía un cuerpo de humano, pero eso no era un humano, era mucho más grande y tenía pelaje áspero como la crin de un caballo. Con una mano lo sujetó por la cadera, con la otra lo agarró por la parte trasera del cuello y lo jaló con fuerza para arrancarlo del árbol, pero Benjamín se agarró con más fuerza. La criatura lo jalaba, quería arrastrarlo entre el cafetal, llevárselo y el terror lo invadió. A pesar de lo que sucedía Benjamín supo que la criatura no quería lastimarlo, al menos no en ese momento. El cuerpo enorme, con los fuertes brazos y el gran peso que debía tener si hubiese querido lo hubiera partido en dos en ese instante solo con la fuerza del agarre que tenía en su cuello. Benjamín supo que la criatura era más fuerte que cualquier cosa que hubiera conocido no quería lastimarlo, no supo en medio del terror cómo entendió aquello, pero lo entendió. El ser quería llevárselos y no herirlo mientras lo hacía, como si quisiera mantenerlo a salvo mientras se lo llevaba, tal vez le gustaba devorar a sus presas intactas. A pesar de que Benjamín intuía que no quería hacerle daño en ese momento, igual se lo quería llevar. Cada vez jalaba con más fuerza, los dedos del joven se resbalaban de la superficie húmeda del palo de café, la luz de la luna brillaba con fuerza.

Benjamín ya no tenía fuerzas para gritar, sentía que si abría la boca y dejaba escapar el aliento sus manos se zafarían del árbol y estaría perdido, sería imposible para él librarse de aquella criatura que lo arrastraba hacia la oscuridad. Una linterna se encendió en la parte baja de la casa, salió de la habitación de Luis y corrió hacia el cafetal, cuando llegó a unos tres metros de Benjamín, el joven dejó caer la linterna al suelo por la impresión. El haz de luz golpeó el árbol de café junto a Benjamín, el reflejo de las hojas más la luz de la luna le permitieron ver a un Luis que se quedó paralizado.

—Ayúdame —le suplicó Benjamín, pero el joven no hizo nada, parecía petrificado. La criatura, cansado de forcejear con Benjamín, soltó el agarre de la parte trasera de su cuello y lo agarró de la muñeca, solo la palma de la mano le llegaba desde la muñeca hasta casi el codo. Para la bestia fue muy sencillo quitar una mano y luego quitar la otra. Cuando Benjamín se soltó del árbol pataleó, gritó y golpeó con los codos la espalda de aquel ser que se lo echó al hombro nuevamente en la misma posición en la que había despertado.

Benjamín se agarró a las ramas de café desgarrándolas, arrancando los granos verdosos mientras gritaba.

—¡Luis! —gritó nuevamente, pero el joven levantó las manos en el aire y salió corriendo hacia su habitación, abandonándolo. Benjamín sintió rabia y miedo, agarró con fuerza el pelaje de la criatura que lo llevaba y lo arrancó de su cuerpo, pero aquel ser no se inmutó, continuó caminando por el cafetal con un paso lento y pesado. Benjamín observó como las luces de la casa se encendieron.

—¡Ayuda¡ —gritó nuevamente. De vez en cuánto lograba agarrarse de un árbol, pero este se rompía de inmediato, las ramas se desgarraban de los troncos. No había nada que pudiera detener el avance de aquella criatura. Benjamín lo golpeó, golpeó su cabeza con los puños, la espalda, pataleó, pero aquel ser tenía su mano puesta en su espalda y con la otra mano y movilizando sus piernas entre él y su fuerte pecho, tenía una respiración agitada, como cuando un caballo cansado resoplaba, las pisadas sobre el suelo se escuchaban fuertes. Benjamín, agotado, dejó de forcejear, su cuerpo debilitado se escurrió por la espalda de la criatura, sus brazos descolgando, meneándose de un lado para el otro como un péndulo por el ritmo de los pasos de aquel ser, solo tenía que guardar energías, en algún momento aquella criatura tenía que bajarlo al suelo y en el momento en el que sus pies tocaran la tierra correría. aquella criatura no podía correr más rápido que él, su cuerpo grande parecía lento, así que se dejó llevar respirando por la nariz y expulsando por la boca, tratando recuperar el aliento, tratando de recuperar las fuerzas, pero estas no regresaban. Su cabeza daba vueltas, tenía la boca seca, las manos temblorosas, un frío aterrador le invadió el cuerpo, tan fuerte que ni siquiera el cálido cuerpo de aquella criatura lograba calentarlo un poco. Escuchó un ruido hacia atrás, levantó la cabeza y observó cómo alguien corría hacia él, la luz de la luna reflejó en su espalda ancha y su piel pálida el cabello oscuro como el petróleo, parecía incluso más oscuro.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora