8.

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Benjamín se quedó de pie un segundo en la entrada, el dolor en los nudillos se le clavaba como un alfiler y sentía la cara entumecida por el golpe en el mentón.

Los ojos claros de Ismael se clavaron en él, tenía una extraña expresión en el rostro, era un tanto de vergüenza por un tanto de humillación, Benjamín lo notó, se veía claramente que al hombre le costaba estar ahí, tal vez llegó por presión de los demás, o tal vez logró vencer a su orgullo para arrastrar los pies hasta la habitación de Benjamín.

— ¿Qué sucede? ―preguntó aclarándose la garganta. Ismael estiró la mano y sin que él lograra quitarla, agarró la mano del menor y le observó los nudillos inflamados. La calidez de la mano del administrador sobrecogió a Benjamín, era tan grande, un poco áspera, pero muy cálida.

― Buen golpe ― le dijo en un tono frío, pero un poco menos agresivo. Benjamín le apartó la mano antes de que la calidez de su piel lo embriagara.

― Lo siento ― le costó decir esa disculpa, era como si no la sintiera de verdad, en realidad, no la sentía de verdad, aún tenía en el cuerpo restos de esa adrenalina y le costaba dejar el orgullo, pero el administrador negó levemente con la cabeza y regresó su mano al sombrero que tenía a la altura del estómago.

― En realidad fue mi culpa, no debí hablar de su abuelo de esa forma es que... ¿Puedo pasar? ― Benjamín miró hacia adentro, la cama estaba destendida, pero se encogió de hombros dándole espacio al hombre para que entrara ― esta fue mi habitación ― le contó ― aquí viví tantas cosas... no recordara que hiciera tanto frío ― Benjamín se cruzó de brazos.

Era tan reciente su llegada a la epifanía que aún no reconocía el lugar como suyo, pero la presencia del administrador en el pequeño cuarto se sentía pesada, era como si la presencia del hombre opacara todo. Se sentó en la cama y estiró sus largos pies, luego le señaló la cama a Benjamín que caminó hacia ella y se sentó a su lado con timidez

—Cuando era niño tenía sueños... mi abuelo vivía acá, pero yo vivía con mis papás en el pueblo. El abuelo quería que yo tuviera una buena educación así que estudiaba allá, pero soñaba constantemente con la epifanía, cada noche. En los cafetales veía a una mujer, tenía la piel trigueña y los ojos oscuros, con el cabello largo y ondulado. Yo la perseguía por los cafetales y jugaba cuando la alcanzaba, me sentía en paz ― agachó la mirada y la voz salió como un susurro ― cuando mis papás murieron no me quise quedar en el pueblo, vine aquí porque había una fuerza que me tiraba del pecho, como un hilo, y en cuanto llegué supe que este sería mi lugar seguro por siempre... es el único lugar que he podido llamar hogar, y sé que será el único al que llamaré así, y temo perderlo, de verdad temo hacerlo, no tengo nada en la vida más que la epifanía y todo el trabajo que he invertido en ella, y cuando Luis me contó que usted habló con Gael perdí el control. Ese hombre ha comprado todas las fincas alrededor de la Epifanía, es como si buscara algo. Suponemos que puede ser una mina de oro, la finca tiene dos ríos así que puede ser eso, pero no sabe las cosas que han pasado alrededor de él.

― ¿Qué cosas? ― Ismael respiró profundo.

― Varias, pero la peor es la de don Silverio... era el dueño de La Cristalina, a la derecha de nosotros, casi toda la epifanía linda con La Cristalina. Gael intentó comprarla, pero don Silverio se negó rotundamente, y un par de noches después se suicidó colgándose del cuello en un carbonero del cafetal. A su familia no le quedó más que venderle la finca a Gael.

― Imagino que ustedes creen que no es una coincidencia ― el hombre encogió sus anchos hombros.

― No lo sé, pero lo único que sé es que está dispuesto a hacer lo que sea por apoderarse de la epifanía y yo... eso sería perder nuestro hogar ― Benjamín estiró la mano y la apoyó en el hombro de Ismael.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora