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Benjamín se subió al carro y cerró la puerta de golpe, pero esta no se quedó cerrada, así que el administrador pasó casi por encima de su cuerpo y trabó la puerta con el palito de madera que ya tenían dispuesto para eso, luego encendió el auto y arrancó. Al principio todo era un silencio sepulcral, no era un silencio realmente incómodo, simplemente era un silencio, cada uno concentrado en sus cosas hasta que Benjamín se aclaró la garganta.

—Está de muy mal genio, ¿qué pasó? No estaba así hace rato que estaba en el baño molestándome —la cara de impaciencia del administrador cambió por una sonrisa burlona.

—¿Lo molestaba? ¿O es que acaso interrumpí algo? —Benjamín le apartó la mirada con la cara roja. ¿Lo había visto? No, claro que no, seguramente logró verle la erección antes de entrar al baño y eso lo hizo sentir sucio, así que se aclaró la garganta y desvió el tema.

—Cuando desperté esta mañana, ya no estaba —Ismael apretó el volante y se puso serio nuevamente.

—Hay muchas cosas que hacer y tenía que madrugar —Benjamín se mordió la lengua para preguntarle por qué lo había abrazado esa noche. La primera noche que durmieron juntos despertaron abrazados, simplemente se habían abrazado mientras dormían, pero esa noche el hombre lo había abrazado, le había dicho trocito de hielo, se había comportado como si fuera otra persona. Benjamín abrió la boca, pero Ismael negó con la voz.

—Ya no diga —le cortó, así que el joven miró la carretera. La que conectaba con la Epifanía terminó y entraron a la carretera principal.

Benjamín quiso apoyar la mano en la puerta para recostar la cabeza, pero el movimiento brusco por las piedras y los huecos en la carretera se lo impedían, así que simplemente se secó las sudorosas manos en el pantalón.

—Usted no me cree, ¿verdad? —Ismael clavó su celestes ojos en él —que no me cree que vi a la patasola —Ismael se encogió de hombros —bueno, eso es lo que Luis dijo que era, pero cuando se me apareció usted me dijo que yo lo había inventado. ¿Por qué cree que yo inventaría algo así? ¿por llamar la atención? ¿por qué cree que querría su atención? —el hombre levantó las cejas.

—Ya, no se ponga a la defensiva, ¿qué cree usted si llego a decirle que una mujer con una pierna de avestruz y dientes afilados me atacó? —Benjamín se encogió de hombros, pero no contestó. Ismael regresó su atención a la carretera.

—Lo de anoche sí fue algo, usted lo sabe, usted mismo me dijo que era el silbón.

—Yo no sé qué era, simplemente me acuerdo que mi abuelo me contó sobre eso el silbón. Era un hombre que había matado a su padre y bueno, yo no sé, me recordó esa historia, de todas formas, nos vamos a quedar con la duda porque no creo que el infeliz de Gael sepa algo.

—Pues yo creo todo lo contrario, su interés por La Epifanía a pesar de las posesiones, las criaturas que se mueven entre los cafetales, él lo sabe, yo sé que lo sabe.

—¿Y desde cuándo le tiene tanta fe a ese hombre?

—¿Qué fe le voy a tener? Se ve que es un oportunista aprovechado, pero así como él quiere sacar ventaja, nosotros también podemos. Simplemente utilicémoslo y ya.

—Entonces, ¿Usted sabe utilizar bien a la gente? —Benjamín se cruzó de brazos y miró al administrador.

—A unos mejor que a otros —murmuró. El resto del camino transcurrió lento, el viaje era relativamente largo y tuvieron un par de charlas esporádicas hablando sobre el café y sobre los hongos entomopatógenos que utilizaron para eliminar la Broca, pero básicamente temas bien superficiales. Era lo más que había llegado a hablar con el administrador y le apreció que el hombre se contenía.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora