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Una vez terminó la película, los cuatro se pusieron de pie, Benjamín se estiró y Amara miró los tarros de guadua con tierra.

—No sé si a Ismael le guste—, dijo Amara. —No es mucho de decoraciones— Pero Benjamín se encogió de hombros.

—Si no le gusta, pues de malas. Esta también es mi casa y tengo derecho a decorarla como me dé la gana. Si no le gusta, pues...

—Simplemente ya no pasarás más noches con él, como castigo — completo Lucía y el joven se quitó el sombrero para golpearla en la cabeza.

—Ya no digas esas cosas.

—Ben, nosotros no somos idiotas. Hemos notado que han pasado varias noches juntos.

— Pero no ha pasado nada. Las hemos pasado juntos porque me ha dado miedo dormir solo, nada más. Solo eso—, inquirió Benjamín, dándole un codazo en el brazo.

—Sí, solo eso.

—Ya no me molesten. Déjame —Recordaba la tensa situación que se había formado cuando le preguntó sobre su ex al administrador. Lo entendía perfectamente. Entendía que no quisiera contarle. Era una situación complicada, difícil, pero igual a él le produjo un sinsabor en la garganta.

Benjamín suspiró tragándote el nudo en la garganta y se recostó en la chambrana, continuando con la conversación con las chicas, hablaron de varias cosas, hasta que, a lo lejos ya entrada la tarde, observó cómo la camioneta de Ismael apareció por la entrada de La Epifanía, pero tras él venía un auto.

Cuando Benjamín lo reconoció, abrió los ojos asombrado. Los tres bajaron corriendo y se unieron a Doña Doraba y Luis, que estaban en la entrada de la cocina. El auto de la epifanía se detuvo e Ismael bajó de él. Gael detuvo su lujoso auto a unos metros más atrás, y cuando bajó, Benjamín notó que no llevaba su costoso traje, sino más bien ropa cómoda, como de explorador. Le sonrió alegremente a Benjamín, pero él se cruzó de brazos.

—¿Qué es lo que está pasando aquí?— preguntó. Ismael llegó hasta él y luego dio la vuelta, encarándose con Gael.

—Yo no sé si creer o no en las palabras de este hombre, pero después de lo que pasó anoche, ya no sé ni qué creer—, les contó el administrador en un curioso tono que parecía de resignación confundido con un toque humillante.

—Benjamín tiene razón, debemos escuchar también a Gael—, sugirió Lucía. Ismael miró a Gael, que se encogió de hombros. Así que todos entraron al Gran Comedor, y cuando el abogado cruzó por la puerta, le echó una mirada superficial al lugar y lanzó un chiflido.

—Ese lugar está muy solo—, comentó, pero nadie contestó. Se sentaron en una mesa, el abogado frente a Benjamín.

—Ahora sí, ¿qué es lo que está pasando aquí? — Benjamín estaba ansioso. Imaginó que tenía que ser algo muy grave, de lo contrario Ismael jamás hubiese ido a buscar ayuda con este hombre. Benjamín sabía todo lo que lo odiaba o todo lo que le incomodaba estar en su presencia.

—Bien, ni siquiera sé por dónde empezar—, comenzó el abogado, restregándose las manos en el pantalón. Tenía un sombrero de alas anchas que se quitó y dejó sobre la mesa, dejando ver su oscuro cabello entre canoso.

Benjamín lo observó detenidamente, y de cerca, pensó que, aunque era un hombre un poco delgado y extraño, era atractivo. Luego, observó de reojo cómo Ismael lo miraba, así que le apartó la mirada al abogado.

—Creo que, por el principio, voy a contar lo que ustedes también ya saben, para que doña Doralba y los chicos entiendan—, dijo el abogado. —Hace muchos años, una familia llegó a Colombia, eran nómadas que venían de Europa, y después de haber recorrido gran parte de ese continente, llegaron a aquí, consigo llevaban un tótem, el tótem de Pazuzu.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora