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Benjamín ya no estaba tan seguro de aquella idea. Estaban en la Ladera de la montaña. Ismael había tomado su machete, lo había desenfundado de la cubierta atada al cordel en su cintura y tardó más de una hora en abrir un estrecho camino entre la zarzamora hasta el inicio de la Cueva. Cuando terminó, tenía los nudillos sangrando junto con las muñecas.

Benjamín tomó las manos del administrador y las comprobó, no eran más que pequeñísimas heridas superficiales.

—Te hubieras puesto unos guantes— le dijo, e Ismael se encogió de hombros.

—Estaré bien—. Estaban en la parte de arriba de la montaña, acceder a la cueva desde abajo era prácticamente imposible. Amara tiene razón, había un enorme árbol en la parte de arriba que podría servir como anclaje para descender a la cueva.

Benjamín se asomó al borde y observó hacia abajo, se veía una oscuridad aterradora, el mediodía recién había pasado así que la sombra de la montaña cubría la cueva y adentro no se veía más que oscuridad. Ismael comenzó a trepar por el árbol, a Benjamín le pareció curioso y tierno ver como un hombre tan grande era tan habilidoso para meterse entre las ramas. Pero al final llegó a una rama gruesa y resistente y comenzó a atar ahí el arnés.

No sabía muy bien cómo hacerlo y discutió un par de veces con Gael que le indicaba cómo tenía que ser, al parecer los hombres no se soportaban, pero lograron medianamente trabajar en equipo. Gael había llevado varios arneses, cuerda, radios, linternas, de hecho, parecía emocionado con la situación.

—No tienes nada que preocuparte, estos espíritus no pueden hacer mucho físicamente y su estado está muy débil. Si logramos comenzar a destruir los objetos que tienen aprisionados a los espíritus, será incluso más fácil detenerlos.

— ¿Que no pueden hacer nada físicamente? —le respondió Benjamín mientras observaban a Ismael bajar del árbol. — Entonces, ese mohán que quería llevarme... —El abogado se encogió de hombros.

—Bueno, tienes razón, ciertamente no lo sé. Pzuzu tendría que tener demasiada fuerza para hacer que un espíritu logre hacer eso, pero no importa, una vez estemos abajo lograremos ver si es o no la cárcel y ya miraremos qué hacemos— cuando Ismael dio el último salto y cayó en la tierra, el suelo tembló.

—Bien, yo bajo primero.

—No, yo debería bajar primero— le cortó Gael, pero el administrador negó con vehemencia.

—No le estoy pidiendo el favor, señor Gael, le estoy diciendo que yo bajaré primero— le arrebató un arnés de la mano y comenzó a ponérselo, pero no sabía muy bien cómo hacerlo. Benjamín, que hizo rapel un par de años, tenía un poco de conocimiento de cómo se ponía el arnés, así que le dio un par de palmadas en las manos al administrador para que dejara de hacer el nudo que estaba haciendo mientras le acomodaba el arnés, cuando terminó, comprobó que todo estuviera bien.

—Creo que así es —Gael asintió, le explicaron cómo debía ceder la cuerda y luego se paró en el borde. —Tienes que saltar y luego vas a ondear como un péndulo por un rato, solo cuando estés quieto comienza a descender— Gael le tendió una linterna y un radio. Ismael parecía un poco nervioso, pero Benjamín no lo juzgó, él mismo estaba aterrado. Bajar al lugar donde podía encontrar al culpable de las cosas horribles que había vivido en La Epifanía le generaba ansiedad, pero fingió ser más valiente de lo que era.

Ismael se paró en el borde y luego, sin pensárselo mucho, saltó al vacío. Las cuerdas se tensaron, el arnés funcionó bien y el hombre comenzó a columpiarse a unos 30 o 40 metros de la entrada de la Cueva, oscilaba como un péndulo y el abogado le ordenó que no podía descender hasta que estuviera prácticamente quieto. Así que tuvieron que esperar un rato a que el hombre se estabilizara.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora