Benjamín aceleró el paso para tratar de alcanzar a la mujer, el cabello oscuro de ella se contoneaba entre las ramas del café, pero avanzaba rápido, dando extraños saltos. Benjamín la llamó nuevamente, pero ella no contestó.
Llegaron a una zona donde el cafetal estaba sembrado en una pendiente bastante inclinada, los árboles altos y frondosos le impedían avanzar con facilidad, Así que simplemente Benjamín se detuvo en seco y se quedó en silencio para escuchar el ruido que hacía la mujer al caminar. Se escuchaba a lo lejos, era extraño, como si la mujer saltara, era un golpe y luego otro y otro y así sucesivamente. Algo dentro de Benjamín dijo que aquello estaba mal, tal vez ella era la flautista, la que silbaba en las noches. Era lo más probable, la que había dormido en la cama, la que había dejado esa piedra bajo la almohada. Decidido entonces a regresar, contuvo el aliento para escuchar mejor los pasos que se hacían cada vez más lejanos, hasta que de repente el ruido o la hojarasca de debajo de los cafetales se quedó en silencio. Benjamín comenzó a retroceder despacio, ¿por qué había sido tan estúpido de seguir a la desconocida entre el café? Eso era algo que solo se le ocurría a él, así comenzó a alejarse nuevamente. Desde donde estaba, no lograba ver la marquesina. Estiró el cuello, pero no encontró nada así que simplemente comenzó a caminar nuevamente por donde había llegado.
El surco era recto, así que no había modo de perderse, pero Benjamín comenzó a preocuparse. Un par de minutos después, había avanzado tanto que se asustó, realmente caminaba y caminaba pero los árboles de café se repetían uno tras otro, tras otro y tras otro como un surco interminable, como un lote interminable. Cuando de verdad sintió que aquello no estaba bien, comenzó a correr. Su respiración se aceleró, la luz del sol de la mañana provocaba una niebla de agua evaporada que subía desde el suelo y entre más avanzaba, más niebla aparecía, tanto que el cafetal de repente quedó completa y absolutamente cubierto.
Era una neblina tan espesa que le impedía ver dos palos frente a él y se asustó de verdad, miró aterrado hacia alrededor, Esperando que en cualquier momento algo lo agarrara por los pies, así que se agachó y observó por debajo del cafetal. A unos cincuenta centímetros del suelo, los palos de café no tenían ramas, así que por debajo del cafetal se podía lograr ver a grandes distancias. Las hojas secas en el suelo impedían que la maleza creciera, así que era como un mini pequeño bosque de pinos a la altura de los tobillos. Benjamín pegó el mentón en el suelo tratando de mirar alrededor por si notaba los pies de alguien acercarse, pero la niebla no le permitía ver más allá. El corazón se le aceleró, las botas que le había prestado Ismael se resbalaban de los pies y tenía que ajustarlos constantemente para que no se le saliera. No había nada, no había nadie. Se puso de pie extrañamente más intranquilo, como si la ausencia de algún ser extraño lo pusiera aún más nervioso, se sentía como en esas películas de terror donde sabes que algo está a punto de pasar, cuando esa tensión se acumula, cuando todo está a punto de explotar, pero no sucedía nada. Siguió caminando en la dirección en la que supuestamente había venido, pero ¿cómo es que avanzaba y no avanzaba? Así que comenzó a correr nuevamente, y corrió y corrió por lo que le pareció una media hora perdido dentro de un cafetal eterno. Se preguntó si tal vez había entrado un backroom, eso sería su perdición, luego sacudió la cabeza y se recordó que tenía que dejar de pensar pendejadas los backrooms no existían... ¿verdad?
—¡Ayuda! —gritó, pero su voz no viajó lejos, era como si la niebla fuese una cortina que lo mantuviera encerrado —¡ayuda! —volvió a gritar, pero su voz se escuchaba sin eco, apagada, como cuando hablas en un lugar lleno de telas o en esos estudios donde las paredes están recubiertas de objetos puntiagudos que amortiguan el sonido.
Un ruido vino desde la parte baja de la ladera, de nuevo el sonido de alguien caminando entre la hojarasca lo asustó, así que dejó de correr de modo horizontal y comenzó a trepar por la montaña. Se agarró de las ramas, comenzó a subir tan rápido como podía, pero el ruido de las pisadas tras él se hacía cada vez más cerca, como si la persona que lo siguiera tuviera enormes pies que le permitieran avanzar dos pasos cuando él hacía uno. Las botas le impedían avanzar bien, el suelo resbaloso aún más. Cuando se desprendía la hojarasca, quedaba la tierra negra y húmeda y las botas se resbalaban.
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La Epifanía ©
FantasySin nada más en la vida que una finca cafetera que heredó de su abuelo, Benjamín viaja a un lejano pueblo para hacerse cargo de ella, buscando una nueva vida y nuevos horizontes, pero cuando llega se encuentra con un lugar en decadencia y un sexy ad...