21

17 1 3
                                    

Benjamín aprovechó que estaba en el pueblo para comprar algunas cosas. Compró un jabón, una camisa bonita que había encontrado en un todo a cinco mil, medias, una rasuradora y también pan. Se había separado de Ismael prácticamente al salir de la alcaldía, el hombre le dijo que tenía que hacer un par de "vueltas" que se encontraban en el carro en dos horas. No le dijo para dónde iba ni con quién.

Benjamín pensó que seguramente se encontraría con una de sus muchas amantes y eso lo hizo sentir incómodo. Él sabía perfectamente sabía que no podía fijarse en el hombre, que había sido un desgraciado con él, pero Benjamín siempre había sido un tonto masoquista y fue imposible no sentir celos celos de la mujer que estaría entre los brazos del administrador. Pensar en eso le amargó un poco la mañana, se sentó en una cafetería y se tomó un café solo mientras pensaba.

—A menos que... —murmuró, pero luego sacudió la cabeza. No era la primera vez que se hacía ilusiones falsas con alguien, lo más probable es que el administrador tuviera razón, no sería la primera vez que una mujer cataloga de gay a un hombre solo porque no quiere acostarse con ella. Ismael era un hombre tremendamente atractivo, ni siquiera en Medellín había logrado ver a un hombre tan guapo como él, ni siquiera en sus viajes a otros países. Debía ser un objeto exótico dentro del pueblo, todas las mujeres querrían con él, no se le hiciera extraño que apareciera una que otra tóxica como Luisa, pero existía esa posibilidad.

Benjamín trató de pensarlo de la forma más objetiva posible, dejando de lado sus deseos de que así fuera. Ismael era un hombre hetero, frío como un hetero, seco como un hetero, malgeniado y varonil, pero lo miraba, Benjamín era consciente de eso. Las oportunidades en que el administrador lo había visto con poca ropa lo observaba y no era por lo que había pensado la otra vez, cuando un hombre admiraba el cuerpo de otro hombre por su físico, era completamente normal, pero aunque Benjamín no estaba mal, no tenía mucho que admirar, Ismael era mucho más grande y fuerte que él, pero dejando eso de lado, el abrazo que le había dado en la noche... ¿eso no lo hacía un hetero normal? Dormir con otro hombre, tocarlo, decirle que parecía un hielo y acercarse para darle calor.

—Un hielito —murmuró sonriendo como un tonto, luego sacudió la cabeza y se bebió el café caliente de dos grandes tragos. Cuando caminó hacia el carro, despacio, se encontró con una tiendita agropecuaria, entró y analizó todo el lugar. Compró semillas de girasol, de cilantro, cebolla, caracucho, repollo entre otras verduras y flores. Tal vez lograra encontrar un poco más de sentido a su nueva vida, ahora era un hombre de campo, ¿que no se suponía que de eso se trataba? ¿cultivar su propia comida, vivir entre la tierra y los fertilizantes? no le desagradaba la idea.

El mes que llevaba en la Epifanía había sido interesante y divertido de no ser por los sustos, pensar en la mujer de una sola pierna lo atormentaba, a veces despertaba en la noche y recordaba sus dientes, la frialdad de sus manos, su voz. Después de la charla con Gael todo aquello le pareció incluso más atemorizante, ¿y si el hombre tenía la razón y si era verdad que un espíritu llamado Pazuzu estaba aprisionado almas en La Epifanía?

Cuando llegó al auto, entró por la puerta del piloto, no tenía ganas de forcejear con la puerta del copiloto y el palito de madera. Esperó ahí veinte largos minutos hasta que al fin llegó Ismael, tenía las mejillas rojas y cargaba dos enormes bolsas que dejó en los asientos traseros.

Cuando se sentó en el asiento y cerró la puerta se quedó un silencio, antes de intentar encender el auto.

—No me diga que voy a tener que empujarlo, porque prefiero irme a pie —Ismael negó.

—No, solo estoy... no pasa nada, tranquilo —murmuró.

—Seguramente la amiga con la que estaba lo dejó bastante distraído —Ismael volteó a mirarlo entrecerrando los ojos.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora