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Benjamín caminó hacia la casa con rabia, tenía frío y estaba sucio. No se volvió hacia atrás para ver a Ismael, simplemente caminó con paso firme hacia la casa y no se detuvo hasta que estuvo al pie de las escaleras. Estaba tan sucio que le goteaba el barro, así que se quitó las botas, los pantalones, la camisa y el sombrero y las dejó ahí. Tendría que ir por una bolsa para empacarlas y así entrar a la casa sin dejar todo sucio. Únicamente en su ropa interior comenzó a subir por las escaleras, luego entró a su habitación. El frío del ambiente se le colaban los huesos, sentía como si una aguja se enterrara en su piel Así que agarró su toalla y la jaló de donde tenía su ropa pero olvidó que sobre esta había puesto el trozo puntiagudo de piedra que había encontrado en la cama donde dormían los trabajadores, la piedra cayó al suelo y rodó hacia la puerta y se detuvo a los pies de Ismael que lo había alcanzado, el hombre se había quitado la camisa y los zapatos nada más, su torso musculoso estaba lleno de barro y tenía la piel de gallina por el frío.

—No, no vas a ir a ver ese hombre —lo regañó. Benjamín se volvió hacia él y puso las manos en las caderas.

—Yo pensé que iba a quedar muy claro que no tengo que pedirle permiso a usted para nada, voy a ir, punto final —El joven notó como el administrador lo miró de los pies a la cabeza, fue una vista disimulada, pero estaba ahí y esa vez Benjamín lo sintió claramente, tal vez el hombre era un hetero curioso, o tal vez él simplemente se estaba haciendo ilusiones tontas como siempre en su vida.

—Ese hombre no tiene absolutamente nada que decirle.

—Pues yo creo que sí, usted lo escuchó, silbó la misma melodía que el flautista y después de lo que vi en el cafetal ese día, esa mujer...

—Eso fue una alucinación, ¿se acuerda que yo le dije que había investigado sobre hongos alucinógenos? Tal vez es lo que hay en La Epifanía, los hongos hacen que los trabajadores parezcan poseídos, es lo que hizo que usted hubiera tenido esa alucinación con la patasola.

—¿La patasola? —preguntó Benjamín e Ismael se encogió de hombros.

—No sé, así le dijo Luis. No importa.

—Bueno, entonces, ¿Dígame qué es el flautista? usted le disparó anoche y no se asustó, se fue caminando por el corredor como si no hubiera pasado nada, una persona normal hubiera salido corriendo. Eso no es normal, además, si fuera una alucinaciones por hongos, o como usted crea ¿no cree que es muy extraño que ambos tengamos la misma alucinación?

—Pues no sé —dijo Ismael recostándose en el marco de la puerta y se cruzó de brazos —pero sea lo que sea ese hombre no tiene la respuesta.

—Igual voy a ir.

—Qué le culicagado tan terco —bufón el hombre y pateó el suelo con fuerza, pero por accidente pisó la piedra puntiaguda y la miró con curiosidad, se agachó, la tomó del suelo y lo observó entre sus manos. Benjamín lo observó detenidamente, cuando el hombre se puso de pie el menor notó en su cara una extraña expresión —¿de dónde sacó esto? —le preguntó, parecía exasperado y un poco asustado.

—Recuerde que le dije que las sábanas de una de las camas en el cuartel donde duermen los trabajadores estaba sucia, como si hubiera dormido un perro en él. Bajo la almohada estaba esa piedra, pero ¿qué tiene de raro? —Ismael apretó la piedra en su mano con fuerza.

—Pues tiene de raro que es una piedra de la cueva de La Epifanía —Benjamín sintió que un frío le recorrió el cuerpo, la piel se le puso de gallina.

—¿Y eso qué tiene de raro? ¿que nunca nadie ha entrado a esa cueva?

—El zarzal que la rodea es muy difícil de atravesar, yo no dejo que nadie de La Epifanía entre ahí, pero desde el árbol de guama que hay en el cafetal se ve el interior. En la mañana cuando sale el sol la luz golpea las rocas que hay enfrente y son así, de este material, como mármol lechoso. Esta piedra salió de allá, pero ¿quién la sacó? —Benjamín se encogió de hombros.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora