capitulo 26

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Me desperté a primera hora después de haber dormido a pierna suelta y sin pesadillas gracias al innecesario uso del fármaco. Me vestí rápidamente y me apresuré a prepararme para el día. Ajusté mi cuello y luché con mi suéter de color canela. Verifiqué que sehun se había ido mirando por la ventana y noté que el cielo estaba cubierto de nubes. Desayuné sin saborear la comida y rápidamente lavé los platos. Mientras me cepillaba los dientes, escuché un golpeteo en la puerta que aceleró mi corazón. Corrí hacia la entrada, abrí la puerta y allí estaba lisa. En ese momento, toda la agitación desapareció y recuperé la calma al ver su rostro.

Al principio no estaba sonriente, sino sombría, pero su expresión se alegró en cuanto se fijó en mí, y se rió entre dientes.

—Buenos días.

— ¿Qué ocurre? —Eché un vistazo hacia abajo para asegurarme de que no me había olvidado de ponerme nada importante, como los zapatos o los pantalones.

—Vamos a juego.

Se volvió a reír. Me di cuenta de que ella llevaba un gran suéter ligero del mismo color que el mío, cuyo cuello a la caja dejaba al descubierto el de la camisa blanca que llevaba debajo, y unos vaqueros azules. Me uní a sus risas al tiempo que ocultaba una secreta punzada de arrepentimiento... ¿Por qué tenía ella que parecer una modelo de pasarela y yo no? Cerré la puerta al salir mientras ella se dirigía al monovolumen. Aguardó junto a la puerta del copiloto con una expresión resignada y perfectamente comprensible.

—Hicimos un trato —le recordé con aire de suficiencia mientras me encaramaba al asiento del conductor y me estiraba para abrirle la puerta.

— ¿Adónde? —le pregunté.

—Ponte el cinturón... Ya estoy nerviosa. —Le dirigí una mirada envenenada mientras le obedecía.

— ¿Adónde? —repetí suspirando.

—Toma la 101 hacia el norte —ordenó. Era sorprendentemente difícil concentrarse en la carretera al mismo tiempo que sentía sus ojos clavados en mi rostro. La compensé conduciendo con más cuidado del habitual mientras cruzaba las calles del pueblo, aún dormido.

— ¿Tienes intención de salir de Forks antes del anochecer?

—Un poco de respeto —le recriminé—, este trasto tiene los suficientes años para ser el abuelo de tu coche.

A pesar de su comentario recriminatorio, pronto atisbamos los límites del pueblo. Una maleza espesa y una ringlera de troncos verdes reemplazaron las casas y el césped.

—Gira a la derecha para tomar la 101 —me indicó cuando estaba a punto de preguntárselo. Obedecía en silencio. —Ahora, avanzaremos hasta que se acabe el asfalto.

Detecté cierta sorna en su voz, pero tenía demasiado miedo a salirme de la carretera como para mirarle y asegurarme de que estaba en lo cierto.

— ¿Qué hay allí, donde se acaba el asfalto?

—Una senda.

— ¿Vamos de caminata? —pregunté preocupada. Gracias a Dios, me había puesto las zapatillas de tenis.

— ¿Supone algún problema? —Lo dijo como si esperara que fuera así.

—No. —Intenté que la mentira pareciera convincente, pero si pensaba que el monovolumen era lento, tenía que esperar a verme a mí...

—No te preocupes, sólo son unos ocho kilómetros y no iremos deprisa.

¡Ocho kilómetros! No le respondí para que no notara cómo el pánico quebraba mi voz. Ocho kilómetros de raíces traicioneras y piedras sueltas que intentarían torcerme el tobillo o incapacitarme de alguna otra manera. Aquello iba a resultar humillante. Avanzamos en silencio durante un buen rato mientras yo sentía pavor ante la perspectiva de nuestra llegada.

crepúsculo (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora