capitulo 30

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No me imaginaba a esa criatura divina sentándose en la zarrapastrosa silla de mi padre en la cocina.

—Sí, si no es un problema.

Le oí cerrar la puerta con cuidado y casi al instante ya estaba frente a la mía para abrirla.

—Muy humano —la felicité.

—Esa parte está emergiendo a la superficie, no cabe duda.

Caminó detrás de mí en la noche cerrada con tal sigilo que debía mirarla a hurtadillas para asegurarme de que continuaba ahí. Desentonaba menos en la oscuridad. Seguía pálida y tan hermosa como un sueño, pero ya no era la fantástica criatura centelleante de nuestra tarde al sol. Se me adelantó y me abrió la puerta. Me detuve en medio del umbral.

— ¿Estaba abierta?

—No, he usado la llave de debajo del alero.

Entré, encendí las luces del porche y la miré enarcando las cejas. Estaba segura de no haber usado nunca esa llave delante de ella.

—Sentía curiosidad por ti.

— ¿Me has espiado?

Sin saber por qué, no pude infundir a mi voz el adecuado tono de ultraje. Me sentía halagada y ella no parecía arrepentida.

— ¿Qué otra cosa iba a hacer de noche?

La dejé correr por el momento y pasé del vestíbulo a la cocina. Ahí seguía, a mis espaldas, sin necesitar que la guiara. Se sentó en la misma silla en la que había intentado imaginármelo. Su belleza iluminó la cocina. Transcurrieron unos instantes antes de que pudiera apartar los ojos de ella. Me concentré en prepararme la cena, tomando del frigorífico la lasaña de la noche anterior, poniendo una parte sobre un plato y calentándola en el microondas. Éste empezó a girar, llenando la cocina de olor a tomate y orégano. No aparté los ojos de la comida mientras decía con indiferencia:

— ¿Con cuánta frecuencia?

— ¿Eh?

Parecía haberle cortado algún otro hilo de su pensamiento. Seguí sin girarme.

— ¿Con qué frecuencia has venido aquí?

—Casi todas las noches. — Aturdida, me di la vuelta.

— ¿Por qué?

—Eres interesante cuando duermes —explicó con total naturalidad—. Hablas en sueños.

— ¡No! —exclamé sofocada mientras una oleada de calor recorría todo mi rostro hasta llegar al cabello. Me agarré a la encimera de la cocina para sostenerme. Sabía que hablaba en sueños, por supuesto, mi madre siempre bromeaba al respecto, pero no había creído que fuera algo de lo que tuviera que preocuparme. Su expresión pasó a ser de disgusto inmediatamente.

— ¿Estás muy enfadada conmigo?

— ¡Eso depende! —me senté, parecía como si me hubiera quedado sin aire. Esperó y luego me urgió:

— ¿De qué?

— ¡De lo que hayas escuchado! —gemí. Un momento después, sin hacer ruido, estaba a mi lado para tomarme las manos delicadamente entre las suyas.

— ¡No te disgustes! —suplicó. Agachó el rostro hasta el nivel de mis ojos y sostuvo mi mirada. Estaba avergonzada, por lo que intenté apartarla.

—Echas de menos a tu madre —susurró—. Te preocupas por ella, y cuando llueve, el sonido hace que te revuelvas inquieta. Solías hablar mucho de Phoenix, pero ahora lo haces con menos frecuencia. En una ocasión dijiste: «Todo es demasiado verde».

crepúsculo (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora