capitulo 50

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Al principio, no entendí lo que pretendía decirme. Continué observándola con la mirada perdida mientras las palabras iban encajando una a una en mi mente como en un horrendo puzzle. Apenas era consciente del sonido de mi corazón al acelerarse, aunque sí lo fui del dolor agudo que me producían mis maltrechas costillas cuando comencé a hiperventilar. Lisa no dijo nada. Contempló mi rostro con recelo cuando un dolor que no tenía nada que ver con mis huesos rotos, uno infinitamente peor, amenazaba con aplastarme. Otra enfermera entró muy decidida en ese momento. Lisa se sentó, inmóvil como una estatua, mientras ella evaluaba mi expresión con ojo clínico antes de volverse hacia las pantallas de los indicadores.

— ¿No necesitas más calmantes, cariño? —preguntó con amabilidad mientras daba pequeños golpecitos para comprobar el gotero del suero.

—No, no —mascullé, intentando ahogar la agonía de mi voz—. No necesito nada.

No me podía permitir cerrar los ojos en ese momento.

—No hace falta que te hagas la valiente, cielo. Es mejor que no te estreses. Necesitas descansar —ella esperó, pero me limité a negar con la cabeza—. De acuerdo. Pulsa el botón de llamada cuando estés lista.

Dirigió a Lisa una severa mirada y echó otra ojeada ansiosa a los aparatos médicos antes de salir. Lisa puso sus frías manos sobre mi rostro. Le miré con ojos encendidos.

—Shhh... Jen, cálmate.

—No me dejes —imploré con la voz quebrada.

—No lo haré —me prometió—. Ahora, relájate antes de que llame a la enfermera para que te sede.

Pero mi corazón no se serenó.

—Jen —me acarició el rostro con ansiedad—. No pienso irme a ningún sitio. Estaré aquí tanto tiempo como me necesites.

— ¿Juras que no me vas a dejar? —susurré. Intenté controlar al menos el jadeo. Tenía un dolor punzante en las costillas. Lisa puso sus manos sobre el lado opuesto de mi cara y acercó su rostro al mío. Me contempló con ojos serios.

—Lo juro.

El olor de su aliento me alivió. Parecía atenuar el dolor de mi respiración. Continuó sosteniendo mi mirada mientras mi cuerpo se relajaba lentamente y el pitido recuperó su cadencia normal. Hoy, sus ojos eran oscuros, más cercanos al negro que al dorado.

— ¿Mejor? —me preguntó.

—Sí —dije cautelosa. Sacudió la cabeza y murmuró algo ininteligible. Creí entender las palabras «reacción exagerada».

— ¿Por qué has dicho eso? —Susurré mientras intentaba evitar que me temblara la voz—. ¿Te has cansado de tener que salvarme todo el tiempo? ¿Quieres que me aleje de ti?

—No, no quiero estar sin ti, Jen, por supuesto que no. Sé racional. Y tampoco tengo problema alguno en salvarte de no ser por el hecho de que soy yo quien te pone en peligro..., soy yo la razón por la que estás aquí.

—Sí, tú eres la razón —torcí el gesto—. La razón por la que estoy aquí... viva.

—Apenas —dijo con un hilo de voz—. Cubierta de vendas y escayola, y casi incapaz de moverte.

—No me refería a la última vez en que he estado a punto de morir — repuse con creciente irritación —. Estaba pensando en las otras, puedes elegir cuál. Estaría criando malvas en el cementerio de Forks de no ser por ti.

Su rostro se crispó de dolor al oír mis palabras y la angustia no abandonó su mirada.

—Sin embargo, ésa no es la peor parte —continuó susurrando. Se comportó como si yo no hubiera hablado—. Ni verte ahí, en el suelo, desmadejada y rota —dijo con voz ahogada—, ni pensar que era demasiado tarde, ni oírte gritar de dolor... Podría haber llevado el peso de todos esos insufribles recuerdos durante el resto de la eternidad. No, lo peor de todo era sentir, saber que no podría detenerme, creer que iba a ser yo mismo quien acabara contigo.

crepúsculo (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora