Capítulo 16

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Celos y posesión:

Un torrencial aguacero bañaba las penumbrosas y sinuosas calles de Nueva York y sus alrededores. Indigentes, trabajadores del turno nocturno e incluso depredadores callejeros corrían a resguardarse. Seducidos por la idea de un poco de calor y un lugar seco olvidaban, momentáneamente, sus diferencias para con el de a lado y compartían espumosas tazas de café. Charlas melancólicas no podían faltar. Conversaciones en las que se dejaba entrever los viejos tiempos que desearían volver a repetir.

Por supuesto, este sentimiento no se limitaba únicamente con la clase humilde. Más de un privilegiado todavía se encontraba despierto en sus mansiones, apartamentos y casas. Entre ellos... Beryl, Darien y Zafiro; los tres con semblante y pensamientos sombríos. Puede que la lluvia fuese la principal causante. Puede que simplemente se tratara de una coincidencia, en fin, como fuese el caso, esta noche más que otras creían sentirse como el resto de la humanidad. Vulnerables, frágiles, azorados, etcétera. Simples mortales incapaces de controlar lo inevitable que posee el destino.

Darien encabezaba esta escasa lista, y vaya que su modo de desahogo resultaba un tanto interesante. El motivo: porque después de tantos años, el afamado abogado Darien Shields había vuelto a tocar el piano. De ahí el origen de aquella hermosa pero alicaída melodía que, alto y claro, llenaba hasta el más recóndito rincón de la propiedad con su melancólico sonido.
El nombre de la composición era un completo misterio. No parecía tratarse de algún maestro poco famoso, sino más bien, algo propio. Algo compuesto desde el espíritu del joven. Las notas altas pero a su vez suaves y letargicas. Un ritmo sublime, con la maravillosa capacidad de entrar en tu ser y tocarte el alma. Para bien o para mal. Todo dependía del sentimiento que gobernara al corazón en el momento.

Un colérico relámpago azotó de nueva cuenta. Las ventanas de piso a techo fueron majestuosamente iluminadas, permitiendo apreciar mucho mejor la postal de un hombre melancólico en su intento de catarsis.
Al menos por escasos segundos, ya que después todo volvió casi a la penumbra. La única iluminación provenía de una perezosa y solitaria lámpara. Tan sola como su dueño.
Por increíble que fuera, esto ni siquiera inmutó al hombre. De algún modo bizarro, el sonido de los relámpagos le parecían relajantes. Sí, lo disfrutaba. Desde un punto de vista poético lo consideraba el canto de la madre naturaleza. Y la lluvia, sus lágrimas. ¿Quién no ha experimentado una pasión tan extrema haciendo lo que ama, a tal grado de soltarse a llorar? Pues eso era. Nada más que la naturaleza en éxtasis.

Dio un respiro e inició de nuevo con la melodía. El ceño fruncido, la mandíbula tiesa y los profundos orbes azules puestos en sus largos dedos. Aunque realmente veía sin mirar. A pesar de la concentración y el empeño en apartar toda inquietud, su mente se encontraba en otra parte. Una sola. Bella... La dulce doncella que sin permiso cada día se adueñaba, no solamente de sus pensamientos, sino de...

¡Joder!

El aire abandonó de tajo a los pulmones del azabache. No supo ni cómo o en qué momento la causante de su desvelo había aparecido. Cuando el instinto le pidió levantar la vista ahí estaba: parada a un metro delante de él con su acostumbrado camisón blanco. Descalza y con una impresionante serenidad tatuada en el rostro esta le sonrió. Acto seguido, con un gesto le pidió silencio a esos labios ligeramente abiertos, y así, sin tampoco mediar palabra alguna comenzó a danzar. No. No como lo haría una chiquilla irreverente jugando a la discoteca. Los movimientos de su estilizado cuerpo fluían delicados, limpios. La ligereza con la que sus extremidades flotaban al ritmo de las notas compactaban a la perfección.

Darien no daba crédito a sus ojos, estaba más que anonadado. ¿Esto sería real o los pensamientos en su cerebro habían mutado y ahora tenía la sorprendente capacidad de materializar sus fantasías? No podía ser normal, tenía que tratarse de un sueño. Otro claro ejemplo de ello era que él siguiera tocando. Tocando para ella, como si de su musa se tratara... Sus manos parecían tener vida propia. No le permitían detenerse, así como le era imposible parar de observarla. Embelesado, admirado y descolocado. Cada músculo del cuerpo de Bella se contraía y estiraba con la misma gracia que poseería la más sublime de las criaturas. Tan natural, instintivo, como si en su vida pasada hubiese sido una bailarina dotada; un verdadero espectáculo digno de presenciar en primera fila.

Por Casualidad 🍁🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora