Capítulo 42

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Cicatrices:

Mientras recorría carreteras, calles y hasta los callejones más marginados de Nueva York, le resultaba inevitable sentir el peso de su situación y pensar en las circunstancias que lo hicieron terminar de esta manera. Era una jodida pesadilla, la peor de las experiencias que había experimentado hasta la fecha.
Aún así, por más que el dolor—dolor del alma, no el físico—, se apoderaba cada vez más de todas y cada una de las fibras que conformaban su ser, Shields no permitió que la desolación lo dominara. Y no porque durante la mayor parte de su vida haya sido un hombre de corazón inalterable. Qué va. Lo que estaba ayudándolo a luchar con todas sus fuerzas para mantener la compostura, era el profundo amor por su adorado ángel. No se trataba simplemente de una alusión romántica, para él, Bella de verdad se había convertido en ese tesón necesario para combatir lo que venga. Lo que le permitía ignorar el frío desolador que le calaba los huesos y a obviar ese enorme agujero deseoso por devorarlo todo que, de momento, ocupaba el sitio donde debería encontrarse su corazón.

Muchas fueron las ocasiones en que debió sobreponerse a la impotencia, no obstante, hoy más que nunca ésta estaba resultando una agonía. Y es que la caída de la noche no solo amenazaba con su llegada siniestra, sino también que se adueñaría de toda esperanza y, joder, no tenía ni una pista sobre el paradero de su novia. Ni Lita ni Andrew supieron darle razón cuando "casualmente" los llamara para saber qué tal iba su día. ¿Por qué demonios nunca le compró ese celular? Ahora fácilmente podría rastrear su ubicación y no estaría apunto de un colapso nervioso.

Otro semáforo en rojo lo hizo detenerse. Joder, ¿es que el destino no entendía que incluso cada segundo valía oro? A una jovencita como Bella podrían sucederle docenas de desgracias, sobre todo de noche.
Profiriendo un bufido bestial golpeó el tablero. Jodida mierda, para algo debía servir. Alcanzó el celular para buscar el teléfono de su amigo en la policía. Él podría hacer que se saltaran la norma de las veinticuatro horas para comenzar a buscarla. No deseaba llegar a tanto, no todavía, pero cuanto más reflexionaba sobre la situación, el pánico porque BlackMoon hijo tuviera algo que ver con la desaparición, iba en aumento.

El aparato brilló en contraste con la iluminación mortecina natural, mostrando docenas de llamadas perdidas de parte de su padre y Hotaru. Darien siguió ignorándolas. Llevó el celular a su oído, a la par que movía el pie con impaciencia. En el momento preciso que la llamada estaba apunto de entrar, algo, quizá la voz del instinto, le pidió voltear a su izquierda.

—¡Bella! —exclamó con aliento ahogado, impactado por el nuevo giro que su suerte volvía a tener.

No estaba soñando ni se trataba de un espejismo producto de la desesperación. En verdad había dado con su Bella. A esta no se le veía la cara, mas su cabello era inconfundible, al igual que la bola peluda echada a sus pies.
Dejando caer el móvil, Darien colgó y acto seguido salió disparado del auto. Ni siquiera lo pensó. Su cuerpo en automático entró en acción, seguramente, guiado por el sentimiento del amor. En lo absoluto escuchó lo que algunos conductores le gritaron por dejar ahí botado el automóvil, así como tampoco se percató de la manera en que atravesó la carretera y saltó por los arbustos que bordeaban los límites de ésta, para llegar al parque donde su novia yacía sentada en una banca. No tenía ojos más que para ella y lo único que podía escuchar eran los pensamientos de alivio, aunado a los fuertes latidos de su corazón. Ese que ahora latía de emoción y triunfo por haber conseguido dar con la luz de sus ojos.

—¡Bella, amor mío! —volvió a gritar. Conforme se aproximaba, le parecía que el mundo volvía a recobrar su color. Las sombras se apartaban, las estrellas se asomaron de entre las lúgubres nubes, y aquel agujero en su pecho, lentamente, comenzó a cerrar.

Esta vez ella pudo escucharlo, o eso creyó. Solo que se encontraba echa un manojo de nervios y lágrimas, que no levantó la cabeza ni bajó las manos que le cubrían la cara para que la gente no la viese llorar como si se tratara de una niñita asustada. ¿Qué mierda?, exclamó el hombre a sus adentros cuando notó el temblor de su cuerpo. Si ya de por sí resultaba extraño que estuviera en ese parque tan alejado del Bronx, verla llorar de esa manera le dio un toque aún más misterioso e inquietante a la situación.

Por Casualidad 🍁🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora