Capítulo 36

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Los pétalos del amor:

—¿Dejaste a Bestia suficiente comida y agua como te lo pedí esta mañana?

—Sí. Creo que incluso me excedí. Pero, aún no lo entiendo, ¿por qué? No me diste ninguna explicación en el correo, y todavía tampoco me has dicho a dónde es que iremos.

Bella y Darien bajaban por las resquebrajadas escaleras del modesto edificio. La primavera entraba en su apogeo, y ese mismo exceso de calor interfería con el viejo sistema eléctrico. Joder, el joven abogado cuanto antes tenía que idear algún plan para sacar de allí a su adorado ángel. Darle un hogar digno y lo suficientemente espacioso para que la bola de pelos también sea feliz. La primera opción que consideró fue su propia casa. Sin embargo, teniendo en cuenta que todavía no hacían pública su relación, lo complicaba. Sería tan obvio.

—¿Ansiosa? —Darien mostró una sonrisa ladeada.

—No. Sólo... curiosidad.

Bella rió mostrando los dientes. Acto continuo, reforzó el agarre de sus manos entrelazadas. Realmente no le importaba el lugar, en tanto su única compañía fuese Darien. El resto pasaba a ser secundario.

—No tenía planeado decirte nada hasta que estuviéramos allí, pero viendo esos ojos de conejita...

—¿Conejita? —puso freno a su andar. Parpadeando repetidas veces y frunciendo el ceño. Hasta ahora la llamaba así.

—Sí. Conejita... Tus ojos azules grandes y llenos de ternura me recuerdan a los conejos que mi hermana solía tener como mascota.

—Oh... Bueno, lo tomaré como un halago. Además de los felinos, adoro a los conejitos. ¡Lucen tan adorables!

—¿Disculpa? Fue un halago, señorita.

Soltó su mano para atraerla y así acunar su rostro. Con la punta de los pulgares trazó la curvatura de los pómulos colorados; su suave textura, similar a los pétalos vírgenes de las rosas, le recordaron lo afortunado que era porque ahora podía tocar a ese ángel fuera de sus sueños. Qué extraordinario regalo le habían hecho los dioses.
Los ojos de Bella se cerraron en automático. Su corazón vibrante jugando al trampolín; era increíble que aquéllas poderosas manos pudieran regalar los más dulces y delicados roces.

Corrección. Más bien todo él. Un hombre implacable que defiende a los afligidos sin necesidad de recurrir a la violencia, pero que, a puerta cerrada, no teme mostrar su yo más afable, sensible, etcétera. No tenía idea si sólo sería así con ella, tampoco si le gustaría averiguarlo, aquí lo importante es que ese detalle la hacía feliz. Demasiado feliz.
En medio de todo esto, Shields depósitó en sus labios un par de besos. Se supone que sería un acto inocente, sin embargo, no tardó nada para que, en cuanto su cuerpo sintiera el de ella vibrar, la sangre le hirviera. ¿Cuánto más le quedaría antes de que su autocontrol colapsara?

Como si de una señal se tratara, aquella burbuja de complicidad explotó al advertir la presencia de un tercero. Ambos jóvenes se soltaron para encontrarse al mismo tiempo con una de las vecinas. Algo debía molestarle a aquélla mujer de anteojos, porque su cara de mosqueo no desapareció ni cuando el abogado le dio las buenas tardes al cederle el paso.

—Entonces... ¿En qué estábamos? Oh, sí. Estabas por revelarme la ubicación de nuestro destino. ¿Cómo es? ¿Fresco como el parque de ayer? ¿O estará atestado de gente como la heladería de New Yersey?

—Bueno, iremos a mi casa, así que... —reveló al fin el azabache con diversión en el rostro.

Para esas alturas ya se encontraban en el auto. Cerró la puerta de su lado del LaCrosse sin dejar de observar cada gesto de su chica.

Por Casualidad 🍁🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora