Capítulo 37

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Sorpresas inesperadas:

Que la cama se sacudiera ligeramente, bastó para que el durmiente abogado abriera los ojos de golpe. Y mierda, estos protestaron al instante. Nunca se ocupó de apagar las luces. Debió parpadear repetidas veces antes de poder descubrir qué había provocado el movimiento. ¿Qué diablos?

—¿Qué crees que estás haciendo, ángel? —sus ojos perezosos barrieron de arriba a abajo a la mujer que, apurada con una de las inmensas sábanas, se las ingeniaba para cubrir su desnudez—. Vuelve a la cama —añadió, todavía con esa voz de recién levantado.

Dicha esta orden—sí, orden—se tumbó contra la cabecera, al tiempo que frotaba sus ojos en una forma jodidamente adorable. No creía haber dormido tanto como para que ya fuera hora de marcharse. La luz plateada que la luna proyectaba todavía podía vislumbrarse contra la ventana.

—Perdón por despertarte, mi amor —al instante ella se disculpó, más no se detuvo—. Te juro que no deseaba hacerlo. Ni mucho menos moverme de tu lado, pero... Pero... ¡Ay, es que me urge hacer pipí! Desde en la tarde me he aguantado.

Tras aquella información, una fuerte carcajada inundó toda la habitación. No pudo evitarlo, a veces esa señorita podía ser de lo más graciosa.

—Por esa puerta —sus ojos indicaron dónde se encontraba el cuarto de baño—. No necesitas bajar al baño que ya estás acostumbrada.

—No lo pretendía.

—¿Y eso? —con un ademán de la mano señaló la sábana.

Bella enrojeció el doble.

—¡Calla! Es la costumbre. Y ya no me distraigas o mi pobre vejiga estallará —echó a correr, dejando a un Darien muerto de risa.

Cuando pudo controlarse, se dio cuenta que la música allá abajo todavía continuaba encendida. Tenía que ir a apagarla o esto daría a los vecinos de qué hablar.

«¡Ja! Sí, bueno, tal vez ya sea un poco tarde», reflexionó al instante. Con una estúpida sonrisa de satisfacción dibujada en toda la cara, la cual, con seguridad llevaría por el resto de su vida. No importaba si no volvía a hacerle el amor a su ángel, su compañía y el recuerdo de esta noche bastaría. Así de pleno se sentía.
Salió de la cama, sin ninguna intención de sensurar su desnudez. Él era más relajado en cuanto al pudor se trataba. Pero apenas dio un par de pasos, algo lo distrajo. Un detalle que inclusive lo tornó ceniciento.

—¿Qué carajos? —con una creciente agitación en el pecho, el abogado regresó a la cama. Sangre. ¡La sábana principal se hallaba manchada con sangre!

Tocó la tela con las yemas de los dedos. Quizá era otro tipo de mancha y no se había dado cuenta... No, más bien una parte de él así lo deseó. Que no se tratara de lo que estaba pasando por su mente, porque... Mierda, mierda mierda, no. No lo era. Estaba fresca, lo que significaba que Bella...

Así que de eso se trataba el famoso clímax, se decía la cándida joven en su fuero interno mientras terminaba de lavarse las manos. Había escuchado muchas cosas al respecto, en su mayoría en los libros, sin embargo ninguno advirtió que sería tan arrasador, a tal grado, de olvidar quién era ahora. ¡Qué cosas! incluso su cuerpo entero se entumeció. Tuvo que dejarse arrastrar por los brazos de morfeo sólo para poder recuperar el control de su cuerpo, incluido el cerebro. ¿Así sería siempre? ¿O se trataba de algo que nada más Darien le podía proporcionar, gracias a su experiencia?
Porque no era una ingenua, aunque el pensamiento no resultara del todo agradable, hasta ella entendía que su príncipe, varios años más grande, había estado con muchas mujeres antes de conocerse. Beryl no podría ser la única, sería ridículo.

Por Casualidad 🍁🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora