Capítulo 29

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Cócteles, confesiones y sorpresas:

Quebrarse los sesos tratando de adivinar qué habría sido lo que hizo a Darien comenzar a tratarla como si no fuese más que una simple desconocida en su vida, no iba a ayudar en nada a que el montón de trabajo que la secretaria del señor Endymion le había enviado a que pasara en limpio se hiciera solo. Así como tampoco serviría, ni un poquito, para apaciguar a su corazón ya de por sí lacerado. Llorar ayudó en su momento, pero no más. Se rehusaba a ser esa clase de mujer.

Así que ahí estaba, tumbada en la cama con el computador sobre las piernas entrelazadas. Los delgaduchos pero femeninos dedos tecleando con maestría. Las únicas pausas que hacía eran para masajearse las manos cuando sentía que éstas comenzaban a entumirse, o cada que su estómago le exigía comer otra de esas galletas sobre el platito a su lado. Le quedaban pocas, a pesar que apenas había sido ayer que Luna se las enviara con... Oh, oh. Ahí iba otra vez. No. ¡Eso sí que no!

Sacudió la cabeza, respiró hondo y con todo empeño intentó centrarse en lo que hacía antes de que sus dolientes cavilaciones decidieran regresar. Ahora su empleo era de lo poco que le quedaba como su único constante; todo lo que la sostenía mejor dicho y, lo peor que le podría suceder, sería perderlo gracias a un infantil descuido. ¿Qué sería de ella en una ciudad en donde no era más que una chica sin documentos, identidad, etcétera, etcétera? Supuestamente, o eso es lo que les había escuchado decir a Endymion y a su hijo el innombrable, no podían arrestarla por tomar una identidad falsa porque, para comenzar, más de un médico podía constatar su condición. Eso la tranquilizó, pero hasta hoy. Prácticamente todo el mundo no dejaba de advertirle sobre la maldad de los extraños y su ciudad corrompida; ¿qué tal y alguien más astuto se percataba de esa vulnerabilidad y, valiéndose de ella junto con la soledad que la abrazaba, intentaban amedrentarla, si no es que algo peor? ¿Cómo se defendería? ¿Usando el delirio?
No, no, no. ¡Ni pensarlo! Lo mejor que podía hacer era cuidar ese trabajo con su vida. Mantener un bajo perfil hasta poder recordarlo todo o haber arreglado en definitiva su situación de identidad. Lo que sucediera primero.

Este nuevo e intimidante temor, vaya que sirvió para alentarla. No despegó la mirada de la pantalla hasta que un peculiar ruido llamó su atención. Provenía de la cocina. Ceñuda dejó la lapto a un lado y bajó de la cama despacio. Descalza y sin dejar de prestar oído se preguntó qué podría ser. No es que creyera que de nueva cuenta su puerta falló y ahora quién sabe Dios se habría colado, no, imposible. Antes de disponerse a trabajar se cercioró una y mil veces echar, no solamente el cerrojo, también la cadena y todavía usó la única silla que tenía para bloquear el paso. Solo en el remoto caso de que algún bandido lleno de esteroides se le ocurriera venir a patear su puerta, habiendo veinte más.

En un santiamén traspasó la caja de zapatos—como lo había llamado Darien—pero no encontró nada fuera de lo usual. ¿Sería que tantas horas frente al computador ya le estaban haciendo alucinar?
Alzándose de hombros ya iba a volver, cuando el ruido que la hizo levantarse volvió a hacerse presente, esta vez, más claro y fuerte. Era algo parecido a rasguños contra una superficie delicada... La ventana.

Corriendo fue a levantar la graciosa cortinita con estampado de girasoles. Lo que miró a continuación, la hizo pegar un sonoro chillido.

—¿Pero qué haces allí? ¡Vas a caerte!

Llena de sorpresa y pánico por la pequeña criatura peluda que apenas se sostenía del borde de la ventana, con extrema precaución empujó el marco hacia arriba. Lo natural sería que con esto el animalito se asustara e intentara escapar, sin embargo, la sorpresa que se llevó la muchacha cuando la pequeña bola de pelos saltó directamente a su pecho, mientras emitía su primer maullido. Ella entonces volvió a chillar antes de comenzar a reír y, una enorme ternura envolvió a su corazón al ver que el gatito no rechazó el achuchón con que le respondió. Al contrario, comenzando a ronronear acurrucó la pequeña cabeza contra su cuello. Sus bigotazos picaron y eso no provocó sino que Bella riera con más ímpetu. Desde que despertó en el hospital no había visto de cerca a ningún animal de este tipo pero, en su interior, sabía que los adoraba.

Por Casualidad 🍁🍂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora