Una Mañana Diferente

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Ese lunes había despertado más temprano de lo normal, en lo que para el resto de la población sería el día más frío del año, mi día comenzó con un baño muy caliente, reparador, despertador. Sonó la alarma de mi amor, él se levantó y nos preparó el café.

Salí de bañarme y dediqué unos largos minutos a alisar mi cabello castaño con algunos retoques rubios de peluquería. Me puse la mini tanga roja del conejito, rocíe con mi mejor perfume mis muslos y subí el pantalón de vestir negro. Me pinté blancas las uñas de las manos y pies. Me puse los zapatos negros con taco.

Decidí esa mañana no usar corpiño, con lo cual la tela de mi camisa rozaba mis fríos pezones rosados, me coloqué mi tobillera de siempre, mis anillos, mis pulseras, mi collar con el gatito plateado. Me rocíe perfume entre los pechos y en el cuello.

Elegí dos argollas plateadas grandes para usar como aros y agarré el saco negro, el blazer azul y la chalina gris jaspeada. Rocíe de perfume la chalina. Amé oler demasiado bien ese día.

Pinté mis labios rojo pasión y delineados con negro mis ojos para resaltar esa mirada que amaneció pícara, buscona.

Bebí mi café, lave mis dientes, tomé mi cartera con mis cosas y partí hacia mi mañana que aunque no lo sabía, sería una mañana que jamás olvidaría.

Llegué al aeropuerto pasadas las siete y media, yo ya tenía llave para abrir la oficina con lo cual los lunes eran de calma hasta por lo menos las ocho treinta y me gustaba abrir rápido y disfrutar de ese momento mío y solo mío, sumergida en mis pensamientos, mis dramas y mis reflexiones.

Todo estaba listo, así que cerca de las siete cincuenta me fui en una oficina a oscuras hacia la cocina a prepararme un café y beberlo en soledad.

Ya en la cocina, tomé mi taza, la llené de esa bebida negra hasta un poco más de la mitad y como era mi costumbre, la introduje en el microondas y programé dos minutos eternos de ese sonido del motor haciendo girar mi taza y calentando mi bebida con sus ondas de calor.

Contemplando la ventana, me apoyé sobre la mesada y repasé mis redes sociales, lo cual me distrajo del sonido metálico de la puerta al punto tal que recién me percaté de unas manos enormes que rodeaban mi cintura y un caluroso saludo en mi oreja izquierda. 'Hola bebota' - escuché, mi primera reacción fue natural de nerviosismo por pensar que me encontraba sola y de pronto alguien estaba en mi espacio personal, la segunda reacción fue de nervios lujuriosos al reconocer la voz de Tomás. Si, había ido temprano sólo para poder tener ese rato de caricias desenfrenadas, algo habitual en nuestra rutina de trabajo pero que nunca había sucedido tan temprano. Tomás difícilmente llegaba antes que yo, su vida familiar, casado con dos hijos se lo impedía pero ese día los astros se alinearon para que él estuviera allí conmigo, solos un buen rato.

Intenté darme vuelta para besarlo y empezar mis acciones pervertidas sobre él y dejarlo porque no a mis pies otra jornada más pero sus manos hicieron presión en mi cintura y me llevó contra la mesada, quedando mi abdomen apoyado levemente. No pude evitar soltar un quejido, inesperado pero jamás tan oportuno. Metió sus manos en mi cinturón, lo aflojó rápido, siguió con el botón y el cierre del pantalón, bajándolo rapidamente. Sólo oía su fuerte respiración sobre mí pelo, era como un animal en celo, con una pasión tremenda. Bajó mis pantalones de un solo movimiento, yo estaba inmóvil, entregada, mis palpitaciones aumentaban a gran velocidad.

Se tomó unos segundos para mirarme el culo, apreciarlo, maravillarse con mi tanga roja bien finita, siguiendo el tramo del hilo que se perdía entre mis nalgas carnosos y se hundía en la puerta de mi ano. Suspiró luego de contemplarlo, rodeó con sus manos mi cadera, metió sus dedos bajo el elástico de la tanga y sin más, presionó su pecho sobre mí espalda mientras sentía como se despegaba la tela de la lencería del tímido fluido de mi concha. Gemí.

Días de OficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora