Prólogo

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Veinte años atrás

La estaban siguiendo.                                  

La mujer corría por el bosque a toda prisa, hojas y ramas secas tronaban cediendo bajo sus pies. Su identidad cubierta con una ondeante capa negra; el sudor hacía que rebeldes mechones de cabello se adhiriesen al rostro.

Podía ver la luz de las antorchas por el rabillo del ojo, su mente le jugaba malas pasadas haciéndole creer que alguien estaba cerca. Llevaba ventaja, pero el galopar de los caballos le indico que no sería así por mucho.

En un acto de benevolencia, los dioses le permitieron vislumbrar un árbol hueco semi escondido bajo la plateada luz de luna llena, al ser su última esperanza se ocultó a ella y al tesoro que tenía en los brazos procurando cubrirse con ramas.


El rostro de la bebe lucía sereno mientras dormía, el movimiento leve en sus párpados era clara muestra de que estaba soñando, completamente ajena al infierno que se acababa de desatar a su alrededor; los hilos de su destino se enredaban ajustándose en nudos más apretados con cada segundo y su madre no podía siquiera imaginar un posible buen desenlace para todo esto. La mujer la sostuvo firmemente contra su pecho, cubriendo su rostro de un modo casi peligroso cuando la luz del fuego se intensificó.

El suelo tembló al paso de los tres corceles blancos, con jinetes empuñando espadas y horcas.

Sabía que tenía el tiempo contado, ahora estaba en medio de la muchedumbre, hacia el sur soldados a pie armados con antorchas, trinches y espadas; hacia el norte, los caballos que recién pasaron. Exhalo con un pesado suspiro, si daba un solo paso en falso morirían y no era su vida la que precisamente le preocupaba; cubrió el cuerpo de la niña para emprender su huida nuevamente, corriendo con toda su fuerza hacia el oriente.


Su corazón latía como si quisiera atravesar las costillas y salir de su pecho, la helada brisa le causó escalofríos; no fue consciente de durante cuánto tiempo estuvo corriendo, pudo pasar una hora incluso dos o tan solo un par de minutos; suspiro con el más puro alivio y esperanza cuando sus ojos vislumbraron la estructura que buscaba, parecía desierta en aquel claro entre los árboles. Corrió y golpeó la puerta sintiendo que la vida se le iba en ello.

La puerta de la cabaña se abrió bruscamente, las tres personas en su interior se giraron para ver a la mujer de aspecto agotado, la única otra mujer en el interior tomó al pequeño ser en brazos mientras que un hombre enfermizo con vestidura esmeralda corrió hacia ella, antes de que se derrumbara en un llanto inconsolable. Atendieron sus heridas, le ofrecieron un lugar cómodo y le alimentaron con vino, pan y carne.


El interior era rústico, contrastaba con las finas vestiduras de los presentes en una mezcla tan anormal como reconfortante. Tras varios cuartos de hora, se rompió el silencio que se tenía hasta ese momento cuando el hombre mayor llamó la atención de todos:

― Vinimos en cuanto llamaste, pero debemos saber que va a suceder ahora Annabeth.

Ella no levantó la mirada de sus manos al darse cuenta de que aún tenía rastros de sangre en estas y en las mangas del vestido.


― Había demasiada ―murmuró, como si lo siguiente por decir fuese peligroso―. Murió en mis brazos.

― Lo siento tanto Beth ―la otra mujer empatizo desde donde se hallaba al otro lado de la habitación.

Solo el joven se atrevió a acercarse, rodeándola y brindándole todo el consuelo que necesitaba.

― Encontraremos una solución majestad. Tal como mi tío lo habría hecho ―tras dudar, continuo―. Tal vez... lo mejor sea que la dejes con nosotros, nos encargaremos de mantenerla segura.

― Dietfried tiene razón ―apoyó el hombre mayor―, todos van a perseguirte a ti, no es seguro que esté contigo ―aseguró con un tono imponente, aunque la compasión se reflejaba en sus ojos esmeralda.


― No puedo, no quiero esto ―sollozó.

La súplica se filtraba en su voz, la capa había sido olvidada a un lado del salón exponiendo su castaño cabello aún desordenado, su piel con el sudor seco, manchas de tierra y de otros fluidos, de los que cada que recordaba su procedencia, nublaba sus ojos avellana; tomó al bebe en sus brazos nuevamente, volviendo al sofá.

― Anabeth... no hay mucho más que podamos ofrecerte para ayudar, la corte se nos va a venir encima a todos... ―la segunda mujer hablaba lentamente, midiendo sus palabras, sus ojos rasgados cargados de empatía, sabiendo ya lo doloroso que era este proceso tras su propia experiencia―, será lo mejor.

― Creí que tendría algunos meses más a su lado ―respondió con la voz entrecortada, su atención fija en los rasgos de su hija, buscando memorizar cada una de sus ondas rebeldes pasando los dedos entre estas―. En realidad, creí que tendríamos más tiempo juntos como familia, tal vez toda una vida.

― Estará bien, no será para siempre, pero por ahora es lo más prudente, los niños no deben sufrir el coste de una guerra ―la otra mujer se sentó junto a ella, tomando su mano en señal de apoyo.


Casi parecía que la conversación había llegado a su fin sin ninguna conclusión, cuando Annabeth suspiró.

― Jania... Es mi hija.

― Lo sé.

― Nunca se ha separado de mí.

― Lo sé Beth.

― Su padre acaba de morir, le cortaron el cuello en su propia habitación cuando se supone que estaría seguro allí, nada malo debía sucedernos a ninguno, no ahí.

― Annabeth ―inhalo profundo cerrando los ojos, con un pesado suspiro aseguro―, lo sé.


Dietfried movió su vista de la bebe al hombre, este estaba expectante con los brazos cruzados, hombros tensos y labios apretados en una fina línea, al notar que lo miraba este le dio un rápido asentimiento, entonces se atrevió a hablar.

― Las circunstancias han cambiado, si no haces esto sabes que irán tras ella también y la asesinaran ―dijo tratando de sonar compasivo pese a la gravedad de la situación.

La mujer se resignó, abrazo a la niña guardado la sensación del pequeño cuerpo en sus brazos, su dulce olor, sus finos cabellos tan suaves como el algodón y aquellas manitas que apretaban sus dedos cada noche mientras se quedaba dormida; entre lágrimas la dejo ir, con la promesa de que volvería algún día junto a ella. Sin saberlo aquellas fueron palabras vacías.

Legado entre escombros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora