La isla de Sabina la maldita

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       Sus pasos seguros atravesaron el pasillo causando el eco de un compás que resonaba las paredes, cualquiera en la gran casa podría oírlo sin problemas, después de todo, la estancia estaba tan silenciosa como cada mañana cuando recién amanecía. Intentó cerrar con suavidad la puerta de la pensión, aun así, esta chirreo de un modo que helaba los huesos, necesitaba urgentemente que la arreglaran o como mínimo, algo de aceite; realmente todo en este lugar necesitaba un arreglo, la pensión se caía a pedazos, pero era lo único que podía permitirse pagar.

       El frío aire otoñal la recibió de golpe, guardó las manos en los bolsillos de su viejo abrigo avanzando rápidamente hasta el pub, podía oler la decadencia en cada esquina, el ambiente tenso la impulsaba a dar grandes zancadas para evitar un robo, aunque realmente no podía juzgar demasiado a los ladrones pues cada uno hacía lo que podía por sobrevivir, no estaba en condiciones para soportar esto.

       Al doblar la esquina, en la entrada del templo identificó a un hombre tirado en el suelo con botellas de alcohol vacías, lo conocía, era un cliente frecuente en el pub que tal vez debía estar en sus cuarenta, aunque parecía más viejo por el desgaste que le trajeron cada uno de sus vicios. La vida no había sido la más generosa con ella tampoco, pero se las había arreglado bien desde que salió del orfanato al apenas cumplir 16.


       Avalón era un país que ya había olvidado sus años dorados hacía mucho, el polvo se había posado en las viejas victorias restándoles importancia mientras la gente moría de hambre y enfermedades propagadas por la gran guerra interna en la que parecían estancados.

       No recordaba haber vivido en otro lugar que no fuese este mismo pueblo desierto en la isla de Kivlan, sabía que no venía de aquí porque la mayoría de personas lucían una piel pálida y cabellos de tonos tan oscuros como el carbón que extraían de las minas, una curiosa casualidad puesto que esta era la principal fuente económica de la región; Antoinette por su parte tenía el cabello en ondas castañas y la piel trigueña, una mancha que resaltaba entre la frialdad de los locales sin embargo el tipo de atención que recibía por estas mismas razones, nunca sería de su agrado.

       Todo lo que sabía de su historia, era que por alguna razón sus padres la dejaron en un barco que provenía del continente y nadie la reconoció o reclamo como hija al atracar o incluso después, así que se crío en un tétrico orfanato que estaba segura era el lugar más frío y lúgubre del reino, aunque no había conocido mucho más para comparar; nunca lo pudo llamar hogar, leyó muchos libros en los que la gente describe su hogar con amor y nostalgia, ella no creía haber sentido eso en su vida, a excepción de aquellos cortos lapsos en los que podía estar con Haru pero ahora que ella también se había ido, esa mínima chispa de calidez se ahogó entre montañas de cenizas.


       Siempre pensó que era una mierda, Kivlan era conocido por ser el peor lugar del reino incluso desde antes de la guerra, pues era donde se había desterrado a Sabina Tharious, la abuela del actual rey, luego de conspirar para asesinar a otra familiar, ese hecho se consideraba el inicio de la decadencia de la noble casa Tharious.

       Hoy en día toda la nación iba en picada, Avalón no logró recuperarse tras la muerte del "último gran rey" Arturo Tharious hace dos décadas, la economía y la moral colectivas se estaban debilitando tanto que no tomaría mucho para que una nación enemiga les atacara y los destruyera por completo, si es que el rey con todas sus excentricidades no lo hacía antes.


       Empujó suavemente la puerta del pub, apreciando la calidez interior, el otoño siempre era duro para todos pues con el fin de las cosechas y el cierre de la mayoría de las minas, el ánimo de todos caía en picada, sumado a que era casi una norma que al menos la tercera parte de los mineros muriesen.

Legado entre escombros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora