Olor a sal y humedad

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Despertó gracias a un brusco movimiento, la habitación en la que estaba estaría completamente a oscuras de no ser por la fina luz proveniente de una linterna con una pequeña vela, estaba en una especie de almacén lleno de baúles y cajas; hubo otro movimiento brusco y se le revolvió el estómago, le dolía la cabeza, estaba amordazada con los tobillos y las muñecas atadas. Se sentía sedienta y hambrienta.

La puerta se abrió tras lo que parecieron horas esperando con la bilis en la garganta por el mareo y un rostro desgraciadamente conocido asomó, el general Magnus Clark.

― Así que finalmente despiertas ―sonrió de un modo escalofriante cerrando tras de él, se acercó y le quitó la mordaza de la boca―. Realmente ahora que te veo más de cerca lo reafirmo, eres preciosa.

― ¿Dónde estoy? ¿Cuánto ha pasado? ―preguntó con la garganta seca y rasposa a medida que aumentaba el pánico.

― Solo una noche, es de mañana.

― Eso solo responde a una pregunta.

― No estás en posición de exigir autoridad.


Algo en como lo dijo le dio aún más escalofríos.

― ¿Dónde estoy? ―repitió aún así.

― En el gran tritón, vamos rumbo al continente. No te preocupes, serán solo cuatro días si hace buen tiempo.

Apretó los puños clavándose las uñas, estaba encerrada en un barco en medio del mar sin poder buscar ayuda o huir. Excepto porque Haru estaba aquí, si conseguía desatarse y correr a ella tal vez estaría segura. Por ahora guardaría sus esperanzas, el hombre la amordazo nuevamente y se fue de allí, Antoinette se recostó en el suelo y rogó en súplicas silenciosas a los dioses que le ayudaran, ellos no la oyeron o tal vez simplemente no quisieron oírla.


El ruido de la llegada de Magnus la despertó cuando por fin había conciliado el sueño de nuevo, despacho al guardia que tenía vigilando la puerta y cerró tras de sí, colgando la linterna que traía en uno de los soportes cercanos a él.

— Buenas noches preciosa —le sonrió empezando a caminar hacia ella, se detuvo solo a un par de pasos—, espero que apreciaras que te haya dejado descansar.

Antoinette impulso sus pies, presionando aún más su cuerpo contra las cajas y baúles en el fondo de la estancia. Había algo anormal con las paredes del barco, parecían ser zapateos y las voces lejanas de mucha gente.

— ¿Por qué te alejas?

Magnus se inclinó frente a ella, extendiendo su mano para quitarle la mordaza.

— Me disculparas por la incomodidad con las cuerdas, pero sería muy inconveniente que estuvieses haciendo ruido.

— Ese no es mi concepto de descanso —replicó.

— Créeme, pronto lo será.

Ella no respondió.


Él tomó uno de los mechones de su cabello, jalando suavemente la onda hasta que estuvo completamente estirada, luego lo soltó con una sonrisa y ésta recuperó su forma.

— ¿Siempre eres tan callada? —preguntó, apoyando su mano en su mentón y rozando sus labios.

A ella se le escapó el aliento y su abdomen se contrajo con el más puro terror cuando él apretó su agarre acercándose a ella mucho más de lo que habría aceptado jamás.


— No —murmuró, girando el rostro con brusquedad.

Con incluso más fuerza él hizo que volviera a mirarlo.

Legado entre escombros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora