La dama de la capa celeste

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       El cielo de Avalón era particular pues aunque durante casi todo el año aparentaba normalidad, en cada equinoccio y solsticio, con estos días en específico siendo en los que la ilusión era más intensa, aparecían auroras con luces principalmente en cinco colores: rojo, verde, celeste, púrpura y rosa.

       Tal vez fueron estas bellas vistas que aparecían a medida que se acercaba el equinoccio de invierno, lo que le dio a Antoinette la sensación de que las cosas se mantendrían como estaban fluyendo, Alissa le había enseñado algunos tónicos básicos que ayudaban a la curación de heridas, dolor de músculos y por supuesto a tener una piel y cabello más sanos, la ninfa había insistido en esto último especialmente, Antoinette aceptó todo con gusto, con su yo más vanidosa especialmente encantada.


       Mientras estaba junto a Anton ayudando a entregar la cena, los dioses se encargaron de recalcar que no era así, en la distancia el galopar de varios caballos alertó al grupo e inevitablemente ella se tensó, como si fuesen a ser víctimas de un ataque pues aunque sabía que tenían círculos de seguridad, la ansiedad se ganaba un espacio.

       Esta vez era tan solo un carruaje similar a aquel en el que ella misma llegó, que se detuvo dejando las marcas de las ruedas en la hierba; de este bajó una mujer con un vestido holgado blanco, cubriéndose con una capa color celeste que llegaba hasta sus pies, una vez en el suelo bajo la capucha revelando su rostro. Era hermosa, con el cabello casi blanco que podía notarse incluso en la noche bajo la tenue iluminación de las antorchas que también destacaban su piel pálida, se le ocurrió que perfectamente podría fundirse con la nieve.


       Sirio se acercó a la joven y alguien más se llevó el carruaje para que el conductor y los caballos descansaran, ella fue guiada por Moonbright hasta donde ellos estaban sirviendo.

       ― Buenas noches ―le sonrío, su voz armónica al oído.

       Al instante Antoinette notó que su palidez difería mucho de la de Haru, pues esta parecía más la de una porcelana muy fina, con sutiles pecas, labios gruesos y mejillas sonrosadas que enmarcaron su rasgo más representativo, grandes ojos de un celeste muy claro.

       ― Buenas noches ―respondió extendiéndole un plato.

       Lo recibió agradeciendo antes de que Antoinette extendiese uno también al mayor, quien se fue sin añadir nada; miró a Anton con la ceja arqueada y una sonrisa curiosa, ese había sido su segundo plato, él nunca recibió más de uno.

       Mientras se alejaban, se dio cuenta de que su aspecto no era el único detalle llamativo en ella, el broche que sostenía su cabello le resultaba familiar de un par de ilustraciones de mala calidad que había visto en libros, una luna de plata con un par de piedras preciosas que pendían de hilos del mismo metal.

       ― Ve a comer Antoinette, terminamos por hoy.

       Anton llamó su atención.

       ― Gracias, descansa ―le dio una sonrisa.

       Llenó un plato para ella y fue hacia la fogata junto a sus amigos mientras observaba como en el otro extremo, el general y Cretus hablaban con la recién llegada.


       Haru se sentó junto a Antoinette, haciendo que el resto inmediatamente se callara, ella se había molestado un poco cuando se enteró de que Cretus, Sirio y principalmente Moonbright sabían de las visiones, pero se le pasó rápidamente explicando que tan solo le preocupaba la idea de que ella fuese de la realeza por el aparente odio que tenían hacia la familia y aunque Antoinette no consideraba que odiaran a la familia real por completo sino más bien a uno de sus miembros, no se desgastaría. Haru tampoco se cansaba de repetirle una y otra vez como el mayor Moonbright no le daba buena espina, la última vez lo aseveró con un fuerte "créeme, tiene algo que me hace desconfiar", nuevamente tampoco estaba de acuerdo con ella, pero no comentó nada a sabiendas de que no le agradaría.

Legado entre escombros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora