21. Al borde de la nada

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       Dominick Moonbright no era un hombre fácil de engañar.

       Su padre Iván siempre bromeó diciéndo como aquel instinto lo iba a llevar por caminos peligrosos algún día, incluso si había una sonrisa en su rostro al decirlo, sus ojos dejaban ver su miedo.


       Justo por eso, en el momento en que puso el primer pie en aquel bazar, con ironía se dio cuenta de que usó el izquierdo.

       — Es una trampa —murmuró inclinando la cabeza hacia Edward, quien resultaba estar mucho más cerca que nadie.

       El muchacho Litvin escaneo el lugar por sí mismo, los diversos puestos con no mucho que ofrecer, la gente que les dirigía miradas de soslayo bajo un cielo despejado que los dejaba a merced del sol veraniego, nada de eso podría resultar sospechoso, este tampoco era el primer pueblo por el que pasaban, no fue hasta que sus iris grises se encontraron con algo impropio.

       Una pequeña bolsa de lona en el suelo de las mismas que se usaban para cargar monedas era visible desde su perspectiva, el anciano propietario de aquel puesto se dio cuenta de donde tenían la atención ambos soldados y la empujó de manera nada sutil con su pie, ocultandola entre las canastas de manzanas que ofrecía.

       Casi habría sido un comportamiento normal, los pueblerinos no confiaban en nadie y eran recelosos, pero un anuncio con la recompensa otorgada por la cabeza del mayor Moonbright colgaba pulcramente de uno de los postes.

       — Larguémonos de aquí —propuso David, quien también se había mantenido atento a su alrededor.

       — No.


       Dominick apenas había dado un paso adelante cuando el líder de los arqueros lo detuvo, con un agarre firme en su brazo.

       — Esto es suicida —advirtió.

       — ¿Y solo por eso voy a huir?

       — Mayor —Edward apoyó, al notar el revuelo que crecía como susurros de los pueblerinos—, lo mejor será que nos vayamos.

       — Esto es exactamente lo que Dietfried quiere.

       — No —contradijo David—, lo que quiere es asesinarte y creo que tenerte acorralado en una plaza es una forma muy sencilla de finalmente conseguirlo.

       Dominick frunció el ceño, mirando fijamente a los ojos a David; éste acabó por rendirse negando con la cabeza.


       Con paso firme, el Mayor se acercó al puesto del anciano, sin romper el contacto visual se sacó tres reales del bolsillo, dejó caer una a una las monedas de plata sobre la mesa, se inclinó y sacó una manzana al azar de un canasto.

       — ¿Es suficiente para cubrirlo? —arqueó una ceja.

       — Puede tomar dos —el anciano respondió con la tensión apoderándose de sus hombros.

       — Solo quiero una.

       Le dio un mordisco, tomándose su tiempo para masticar y pasar, consciente de toda la atención sobre él. El anciano se inclinó tosiendo en su codo, no tan lejos de ellos, el tintineo de una campana resaltó sutilmente entre los puestos.

       — De todos modos, seguro vas a ganar mucho más con el trato que hiciste con la guardia real ¿Esa era tu señal?

       Dio una mordida más.

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