Capítulo 7

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Fragmento tomado del diario de Terrence Grandchester

Londres, Inglaterra 8 de Octubre de 1913

Y confirmo lo dicho: ¡le vendí mi alma al diablo! Sigo sin creer cómo es posible que mi padre me haga y le haga daño a Eleanor. Empiezo a pensar que nunca la amó. Ahora mismo le he escrito una carta a mi madre relatándole lo sucedido, diciéndole que yo la buscaré en cuanto considere prudente.

Ahora, por irónico que parezca, los Cornwell son mis amigos; los tres tenemos algo importante en común: Candy. Nuestra misión sin lugar a dudas es hacer pagar a los Legan el daño que le han hecho a Candy. Ellos me han contado todas y cada una de las maldades de las que ha sido objeto mi ahora prometida; que raras suenan esas palabras: "mi prometida", ni en mis más locos sueños pensé que mi vida se vería atada de esa manera a la de tarzán pecosa.

El plan original era hacer que el cobarde de Neil confesara, de ser necesario a golpes, que él y su odiosa hermana habían provocado aquel malentendido; pero como sabiamente dijo Stear: "creo que lo único que podríamos obtener de tu plan, sería que se te devolviera tu palabra de desposar a Candy". Por alguna extraña razón, estuve de acuerdo con él, así que decidimos hacer algo que realmente haría temblar a los Legan.

Decidí tomar el poder que sabía que tenía, pero con la guía y consejos de los Cornwell, tomó verdadera forma, pues si los conocimientos de jerarquía de Stear eran correctos, los tres, al igual que Jonathan, hijo del barón de Bosworth y Nicholas, sobrino del conde de Ross, estamos por encima del resto del alumnado. Nos fue un poco complicado hacer que tanto Jonathan como Nicholas se quisieran unir a nosotros, ya que ellos también estaban en su último año, y ya se habían metido en suficientes problemas en su estadía en el San Pablo.

Al final, Stear terminó convenciéndolos, asegurándoles que se encargaría de hacerles un buen proyecto para que fueran aceptados en la universidad de su elección, y ante tan tentadora oferta, no se pudieron negar. Sólo de recordar los rostros de todos los chicos al vernos a los cinco juntos, me provoca reírme; muchos nos miraban sorprendidos, unos pocos con indiferencia, pero los que se veían realmente asustados eran Neil y su séquito de cobardes.

"Escuchen todos, y espero que les quede claro" Nicholas alzó la voz, llamando la atención de los presentes. "Me parece que últimamente las cosas por aquí se han salido de control", dije mirando directamente a Neil. "Así que, sólo queremos anunciar que nosotros cinco, al ser los herederos de las familias más importantes e influyentes no solo de Inglaterra sino también de Norteamérica, hemos decidido tomar el poder que por obvias razones nos pertenece, y que otros astutamente han querido usurpar". El resto de los chicos miraban a Neil y a sus amigos. "Pueden estar seguros de que los abusos cometidos por esos cretinos se han acabado, así que es el momento de decidir de lado de quien están: de ellos—dijo Stear señalando a Neil—o del nuestro" no hubo necesidad de más, pues se podían escuchar las burlas de las que eran objeto aquel grupo.

"Pero yo también soy un Andrey" gritó Neil, con el rostro enrojecido por la furia. "Sólo de palabra, Neil, bien sabes que por tus venas no corre ni una gota de la sangre Andrey" respondió Archie, retándolo con la mirada, mientras los amigos de Neil lo miraban con confusión "¿Por qué nunca nos lo dijiste?" le preguntaban, ahora era claro que Neil se había quedado solo. "Pero esto no se quedará así, Grandchester", amenazó Neil, antes de salir huyendo como el cobarde que era.

Desde que se había pactado nuestro compromiso, todas las tardes a la hora del té, nos encontrábamos Candy y yo. Ardía en deseos de tomarla de la mano y correr en dirección a nuestro árbol, recostarnos en la hierba y contemplar cómo los rayos del sol arrancaban ligeros destellos de su rubia cabellera; deseos de acariciar su dulce rostro y probar otra vez sus dulces y suaves labios, sentir la necesidad de apoyar mi cabeza en su regazo y cerrar los ojos, oyendo el trinar de los pajarillos en las ramas del árbol y aspirar su dulce aroma en su cuello... Como era de esperar, estos encuentros se llevaban a cabo bajo la supervisión de una de las hermanas que simplemente, no nos quitaba la mirada de encima.

Extraño aquellos días en la segunda colina de Ponny, todo era tan diferente, era tan sencillo burlarme de sus pecas sólo para verla enfurecer, elevando su pequeña nariz en un gesto de indiferencia pero a la vez, mirándome de reojo, cuando creía que no la veía. Ella insiste en saber qué fue lo que me pidió mi padre a cambio de ayudarla, pero me es imposible decirle lo que el duque me ha pedido, pues seguramente se sentirá culpable.

Este domingo por fin saldremos de esta prisión. Lamentablemente, mi padre me ha pedido, corrijo, me ha exigido, me presente al almuerzo del mediodía acompañado de Candy, pero para mi buena fortuna, los hermanos Cornwell, así como Annie y Patricia, han aceptado la invitación para almorzar en casa del duque. Muero de ansias por ver el rostro del duque cuando me vea llegar en compañía de todos ellos.

La trampa fallida de ElisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora