Martes de fiesta || 18

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Cassandra Richard

Suspiré pesadamente, con los ojos clavados en la pequeña discusión que llevaban a cabo papá y mamá.

— ¡Te callas! — exclamó mamá, echa una furia.

— ¡Cállame! — devolvió papá también enfurecido.

Y, sin previo aviso mamá se lanzó encima de él, para golpearlo.

Rodé los ojos, paseando mis ojos por toda la habitación, tratando de encontrar una manera sencilla y suave en la cual decirles que lo más probable es que Casey, la desaparecida, no esté en la fiesta.

Porque si, por eso era la discusión.

Déjenme darles un resumen, estábamos tranquilos, esperando pacientemente que se hiciera la hora para salir Sesy y yo pero, resulta y acontece que la nombrada no se encuentra en ningún lado.

Sí, desapareció así como el padre de Daniel.

Y esa situación nos trae hasta aquí, en este preciso momento se están matando por ello.

Saqué de mi bolso de mano mi teléfono, preparándome para llamar por milésima vez a la hermosa de mi hermana.

Nótese el sarcasmo.

Solo tengo que decir que pasó lo mismo que las anteriores veces: me llevaba a la contestadora.

«¡Hola! Soy Casey, si no contesto debe ser por dos razones:

O me mataron.

O me dormí.

¡Márcame luego! »

Tomé una bocanada de aire mientras succionaba mi labio inferior, ¿Y ahora que hago? Cuando mis padres terminen tengo que decirles lo que quieren escuchar: que encontré a mi hermana.

Pero, no lo podré decir ya que la pelirroja no se sabe dónde está

Y, como predije los dos se giraron hacia mí, mamá con una ceja  enarcada y un aire demandante.

¿Les había contado que le tenía miedo? Sus castigos eran tan radicales que si algún trabajador social se enterará nos alejaría de ella en un dos por tres.

Por otro lado, papá no era así. El era más de dialogar y resolver las cosas pacíficamente, obviamente sin dejar sus recurrentes chistes de lado.

Cada que me levantaba la misma a interrogante rondaba en mis pensamientos: ¿Cómo es que me están casados?

Son el agua y el aceite, no tienen una conversación sin pelear ni aunque sea ensayada.

— ¿La encontraste? — soltó bruscamente mamá, con la ceja alzada mientras se encontraba cruzada de brazos.

Tragué lentamente saliva, preparándome para mí respuesta que de no pensarla bien me podría llevar a una gran victoria o a mi propia tumba.

Respira, ya hemos echo esto repetidas veces, Cass.

Pero es que cuando la encuentre la cortaré en pequeños pedazos y se la daré de tragar a los tigres.

— Bueno madre, le tengo una historia — dije, preparándome para dos cosas: o que me dejará terminar, o para la paliza de mi vida. Y, por azares del destino me tocó la primera.

Mamá se sentó en un mueble, dándome a entender que hablará. Papá me veía con atención y un leve fruncimiento de ceño.

— Habla.

Ahora toca manifestar mentalmente que mientras le echo el cuento a Casey se le ocurra aparecer se.

— ¿Sabes los elefantes? — ella asintió —. Ellos primero no se llamaban así — papá frunció el ceño.

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