Esa carta || 30

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Katya Petrova

El sonido de la lluvia caer contra el césped mojado me hizo volver a la realidad. Pestañee repetidas veces, tratando de entrar en cuenta de que aún estaba en clases, no debía de perderme tan fácilmente en mis pensamientos.

Dirigí mis ojos hacía la profesora Morales que hablaba y hablaba sin parar, dando a entender que lo que le sobraban eran palabras

Recosté mi cabeza en la palma de mi mano, dándole un repasada llena de aburrimiento a la morena que no paraba de hablar por nada del mundo.

¿No se podía callar?

Era mi profesora favorita, tanto así que apesar de que fuera una parlanchina me caía bien.

Que raro que todavía no la has matado

Hay excepciones, y ella es una de las pocas que entran en ese reducido grupo de personas.

Con una larga regla de madera señaló algo en la pizarra, diciendo con rapidez:

— Este será el tema del siguiente examen — anunció —. Son cuarenta preguntas las cuales se tendrán que aprender de pies a cabeza, la información que escribirán en la hoja debe de tener más de diez líneas — se escucharon suspiros cansados, de esos que significan «Me quiero morir» —. Quiten esas caras largas, si siguen así les agrego quince más.

Todos se callaron, resignando se a aprenderse más cosas de las necesarias. Una quejido escapó de mis labios, la migraña que no recordada tener se incrementó considerablemente.

Cuarenta. Preguntas.

Jo-der.

Matenme de una vez.

La profesora siguió especificando que información quería y nos daba el contexto de cada una de las interrogantes de debíamos de aprender nos.

Uno de mis compañeros de clase levantó la mano, moviendo la de manera frenética. Los ojos oscuros de la morena se centraron en el, y con un gesto de manos le dió permiso para hablar.

— ¿Qué día es el examen? — preguntó con curiosidad y un destello de algo que sonaba como sufrimiento.

Te entiendo completamente, personaje secundario.

— Será para el día de mañana — sus palabras provocaron que mi corazón se detuviera repentinamente, casi así como la sensación de un paro cardíaco.

¿Qué para mañana qué?

Mis ojos se abrieron de manera psicótica, la miré con incredulidad riendo, mientras decía en voz baja:

— Es una broma, ¿Cierto?

La morena se sentó en su escritorio, negando con la cabeza lentamente.

— ¿A caso tengo cara de payaso para estar haciendo bromas?

Y allí todo mi mundo se vino abajo.

El día de mañana recibiría una prueba escrita, una de la cual habían cuarenta preguntas que debía de aprenderme.

Dios, ya suéltame, se que soy una de tus mejores guerreras pero ya, elije a otra.

Que dios ni que nada, ese a ti ni te escucha, mejor dile eso a el de abajo, ese es el que está de tu lado.

Pasé la palma de mi mano por toda mi cara con frustración, si pensaba que todo iba a estar bien me estaba equivocando.

Un risa se escuchó a lo lejos, levanté la mirada que se mantenía clavada en mis manos y elevé una ceja con enojo.

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