¿Casualidad? || 21

26 10 42
                                    

Katya Petrova

Trágame tierra.

—¡Padre! — chilló Lissa, un poco exaltada por su repentina entrada a el lugar —. Pensé que estabas de viaje.

— Por lo que puedas ver, no es así — contestó el nombrado con firmeza.

Mientras la conversación se llevaba acabo yo seguía en el suelo con los ojos cerrados, me encontraba totalmente indispuesta a sentarme y tener que cruzar mirada con él.

— Vuelvo a repetir, ya que por lo que veo no escuchaste bien —
Replicó, refiriéndose a Lissa la cual notablemente tragó saliva—. ¿Qué mierda pasa aquí?

Ella iba a responder pero yo, sacando valor de no sé dónde, contesté por ella:

— Estamos haciendo un trabajo escolar — fue mi corta respuesta. Me senté en la alfombra, causando que el hierro de sus ojos chocaran contra el azul eléctrico de los míos.

— No estaba hablando contigo, Petrova — Zanjó, dirigiendo nuevamente su vista hacía la castaña.

Auch.

— Lo que dijo Katya, padre, estábamos realizando un proyecto para el internado.

— ¿El proyecto era cantar y bailar hasta el agotamiento? — cuestionó con una ceja alzada. Lissa abrió la boca para volver a cerrarla, como si no necesitará contestar a esa interrogante —. Ya, no hace falta que respondas.

El sonido de unos tacones resonar se escuchó, llamando la atención de todos a excepción del gran hombre frente a nosotros.

A lo lejos pude notar ese característico color rojizo que solo alguien en la familia Ivanov poseía.

Kenia.

Ella se paró a un lado de él de ojos grises luego de darnos un pequeño vistazo que duró un poco más en mí, le dijo algo en el oído en un susurro causando que el hombre se fuera de la sala, no sin antes darnos una mirada de advertencia.

Aleluya.

¿De aquí a cuando tan creyente?

Desde que me di cuenta que podría morir en tan solo unos segundos.

¿Miedo?

No, paranoia.

Al ya tener lejos a el patriarca se pudo oír un sonoro suspiro proveniente de la gallina menor.

— ¡Por fin! Me estaba quedando sin aire.

— No cantes victoria tan rápido, Richard — le reprochó Kenia de brazos cruzados —. Aún quedó yo.

La castaña a mi lado se levantó, acercándose a la de ojos celestes para decir con la cabeza gacha.

Madre — masculló.

Hija.

De manera abrupta Kenia la jaló del brazo, sacándola de la sala a la fuerza. Fruncí el ceño, escuchando como entre susurros peleaban.

— ¿Qué mierda le pasa a esta familia? — preguntó Leonardo, luego de que las dos se alejaran lo suficiente para no escucharnos.

— Llevo preguntándome lo mismo desde hace años, y aún así no le encuentro respuesta — respondí, con la mirada clavada en la nada.

Pase la palma de mi mano por mis ojos, tratando de entender lo que estaba ocurriendo en este preciso momento. Era como si mi cerebro se hubiera tomado unas vacaciones a la luna y, por lo tanto, la señal no llegaba a mis neuronas.

KUZNETSOV Donde viven las historias. Descúbrelo ahora