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Error.

Había cometido un error.

El cielo era estrellado, amable y me iluminaba el camino. La luna parecía seguirme, no venía detrás de mi y tampoco parecía estar quieta. Iba a mi lado, acompañándome con su presencia, era como una forma de consolarme.

De ayudarme.

Error.

Pero ahí estaba, en ese error y su consuelo no me servía. No había miedo en mi, y tampoco valentía, era una especie de costumbre, ya no importaba tanto pero seguía siendo igual de doloroso que siempre.

—¿Me estás acompañando?—le dije en un tono susurrante.

Sabía que no podía oírme y que tampoco obtendría una respuesta, pero quise asesinar a la soledad que me estaba ahogando, que me quería sumergir con ella en esta noche fría y estrellada. Caminaba por las calles de Stanford, sola y aún así, no tuve prisa por llegar a casa.

Bañarme, me quiero bañar.

Pensé por un momento mientras miraba mis pies. Mis zapatos estaban un poco mojados por la nieve y el frío estaba calando por mi ropa. Escalofríos recorrían mi cuerpo adolorido y no había nada que ahora mismo pudiera darme un poco de consuelo. Me sentí sola, completamente sola y esa soledad, venía tomándome de la mano mientras se reía de mi.

Mi mandíbula se apretó con fuerza y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Últimamente todo era más difícil de soportar y mientras seguía con mi camino, mis hombros se sacudieron en un llanto silencioso. Estaba cansada y ya no sabía que hacer. El trayecto sería largo y lo único que mis ojos podían ver era oscuridad, y eso, a pesar de ser peligroso, se sintió como un alivio a su vez.

Error.

Otra vez, fue por mi error y ahora tenía que aguantarlo, soportarlo y fingir que nada había pasado. Había sido bendecida, ellos siempre decían eso. Tengo que estar bien y no debo verlo con malos ojos porque es una bendición, un pase directo al cielo. No sabía si eran tan ingenuos o solo fingían para dejar libres sus mentes perversas. Aún así, nunca me queje y no recordaba haberlo hecho alguna vez.

—Reprimiste tus recuerdos, Auretta.—la voz del doctor Ethan llegó a mis oídos aún en su ausencia.

Nunca me había detenido a pensar en ello, jamás se me hubiese cruzado por la cabeza la idea de que había ocultado mis recuerdos en la habitación más profunda de mi mente y hubiera perdido la llave aproposito para no encontrarla. No sabía cómo tomarlo, no me sentía bien con eso, pero si era algo que me daba dolor, entonces no me importaba haberlo olvidado.

Olvidar.

Me gustaría olvidar muchas cosas.

—¿Por qué un mes, Auretta?—nuevamente las preguntas de Ethan venían a mi.

Un mes.

Un escalofrío me recorrió y no tuve más opción que abrazarme a mi misma. Solté un suspiro, y ví el vapor salir de mis labios, sentía mis extremidades doler y no podía diferenciar el porqué. No me detuve a pensar en eso, porque sabía que mis lágrimas correrían con más fuerza y terminaría llegando a casa en peor estado.

Error.

Todo por culpa de ese error.

Haz pecado Auretta, los placeres de la carne te condenarán.—me juzgó mi tía.

Un sollozo abandono mis labios, y me tragué el sonido de mi llanto que quería ser escuchado. No importaba la soledad, no quería llorar pero era lo único que tenía permitido hacer ahora mismo, así que lo aprovecharía y lo usaría el tiempo que fuera necesario.

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora