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Dí vuelta la página.

Eran fotos, fotos que me mostraban a una Auretta mucho más joven. Más pequeña a la de ahora. La niña que se presentaba frente a mis ojos no se asemejaba en nada a la de ahora. Era completamente distinta.

Podía ver un brillo que, ahora no tenía. Solté un suspiro y miré por la ventana. Había arrimado una silla a la ventana de mi habitación. Era tarde por la noche y la oscuridad era desoladora. Algo era extraño en el ambiente, aunque lo atribuí al hecho de que era de noche y estaba sola.

El reloj en la pared me marcaba una hora tardía, pero aún así seguí pensando en ello. Mañana tenía que ver al doctor Ethan y yo no había encontrado una respuesta a su pregunta.

Un momento feliz.

Un recuerdo.

No lo tenía.

Mis ojos estaban pesados, se cerraban. Últimamente aunque había dormido mucho, sentía que no descansaba bien, era como si mis ojos se cerrarán y luego se abrieran. Deseaba quedarme acostada en mi cama todo el día, pero no podía. Sabía que sería difícil levantarme mañana, o dentro de unas horas, así que intente llevar nuevamente mi atención a las fotos.

Busqué algo que recordar, pero las imágenes que pasaban frente a mi, no eran más que cosas vacías que rellenaban mi mente con falsedad. No podía recordar nada, ni siquiera sabía cuándo me había tomado esas fotos. Podía ver a una Auretta sonriente junto a sus tíos, alegres.

Como si nada malo ocurriese.

Como si fuéramos felices.

Fruncí mi ceño, y traté de recordar, de buscar en mi cabeza algo que llenará el espacio en blanco. Ahora que lo pensaba, si algo malo había pasado en aquel tiempo, entonces, ¿Cómo era capaz de sonreír de aquella forma? No había cansancio, tampoco miedo o algo negativo que afectará en mi expresión, en mi mirada.

No lo entendía.

Mis ojos picaron por el sueño. Arrastré mi mano por ellos e intenté ahuyentar el cansancio. Sentí como mis pestañeos se volvieron más lentos y dí vuelta otra página del álbum.

Otra foto.

Y mi visión, se volvió más borrosa. Todo fue más oscuro pero cómodo. Me perdí en una inconsciencia de la que no me di cuenta, pero no me importo. Me acomode un poco en la silla, subiendo mis piernas y recostando un poco mi cabeza de lado.

Cerraría un momento los ojos y luego volvería a abrirlos.

Solo un momento.

Caminé despacio, su mano sujetaba la mía y eso me hacía sentir tranquila. Era algo bueno, o al menos, por ahora. Sabía que pronto las sonrisas acabarían, así que tendríamos que aprovecharlas.

Aún no entendía que era lo que ocurría, pero sabía que algo no iba bien. El llanto no significaba algo bueno, mi tío me lo había dicho. Y no dejaba de llorar, solo podía mirar su expresión dolorosa, atormentada.

Le dolía y yo no podía hacer más que eso, que mirar y apretar su mano para consolar esa angustia que sofocaba su existencia. No lo entendía, no sabía que era lo malo, pero aún así, seguí intentando ser valiente frente a algo desconocido.

Pero estaba tomando mi mano y eso era lo importante. Caminó por el lugar, atravesando el frío bosque. Podía sentir la nieve mojando mis pies, no me queje, porque me lo había suplicado. Mis pies descalzos junto a los suyos eran un signo de dolor que se aferraban a nuestra persona. La vestimenta blanca se camuflaba en la blancura.

Era de noche y no podia ver casi nada. Tenía miedo, un poco.

—¿A dónde vamos?—le pregunté.

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora