Epílogo

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Seis meses después

Ethan.

Caminé lento y despacio entre las lapidas. El camino era largo y un sin fin de personas que no conocía quedaron frente a mi, aunque no me importaba tanto, porque ninguna estaba viva y las apariencias ahora no debían ser engañosas.

Ya no era Ethan el psicólogo.

Ahora era simplemente Ethan, quien visitaba a un muerto en este lugar que no me conocía.

Había veces en las cuales era difícil y no sabía el por qué, seguía sin entender muchas cosas y era complicado. Tanto que me volvía loco.

—¿Eres feliz ahora?—pregunté.

Auretta Laetrud.

Su nombre estaba escrito en aquella piedra que era testigo de su muerte. Prueba de que ahora ella ya no estaba pisando está tierra y que ya no respiraba. Aún recordaba sus últimas palabras y lo que me había dicho.

El deseo de querer vivir.

Ella había cambiado de opinión pero se lo habían arrebatado y no sabía quién. Aunque había luchado por encontrar al culpable, saber que no sabía nada al respecto me hacía sentir desesperado. Fue una semana después de su muerte que Kilian apareció frente a mi y me dejó una carta.

Una carta que Auretta me había escrito.

Un suicidio.

Ella había dejado esa carta para despedirse.

¿Entonces por qué dijo que había cambiado de opinión?

—Quiero que seas feliz, Solecito.—murmuré—Pero decirlo en voz alta es como mentir.—la esquina de mi boca se levantó un poco.

Sonreí.

Porque deseaba que Auretta no estuviera bajo tierra, yo quería que estuviera aquí, a mi lado y viviendo una buena vida. Deseaba que ella sonriera y tomara mi mano.

No lograba comprender.

¿Qué había en mi?

—¿Qué hiciste conmigo, Auretta?

Pero ante mis preguntas no había respuestas, ella no estaba aquí, tampoco sus ojos azules y su sonrisa enternecedora. Su brillo ya no me cautivaba como lo hacía cada vez que se sentaba frente a mi cada mañana para evitar las respuestas de mis preguntas.

Todo su dolor se fue con ella, y eso no me dejaba tranquilo. Porque tenía tantas cosas que decirle a Auretta, tantas que sabía que le robarían una sonrisa y eso harían mi corazón acelerar.

No había descubierto lo que sentía por ella, pero había algo dentro de mi que sabía que era algo. Que no estaba vacío y que no todo era falso.

Cada palabra, cada mirada y cada sonrisa que había tenido con ella había sido él Ethan real, tan real que me desconocía y me hacía sentir otra persona. No sabía ni quién era y tampoco porque actuaba así con ella.

No era amor.

No era empatía.

No era tristeza.

No sentía nada de eso por Auretta Laetrud, pero sentía algo por ella que la hacía única y diferente ante mis ojos. No lo había logrado con Juliet, mi esposa, y tampoco con ninguno de mis dos hijos.

Ni con mis padres.

Mucho menos con Kilian.

Entonces Auretta, una chica que conocí durante un mes, logró algo que nadie a mi alrededor pudo hacer aunque se esforzara de sobremanera. Ella simplemente se sentó frente a mi, me sonrió y brillo de una forma diferente de la cual nunca antes mis ojos habían visto en la vida.

Y eso fue suficiente para que todo en mi reaccionara.

Auretta aún era una niña que estaba aprendiendo de la vida y todo eso se le fue arrebatado. Y yo quería darle todo aquello que con sus manos no podía alcanzar. Darle ese empujón que necesitaba para aventurarla a una vida sin dolor y llena de diversión.

Habían quedado muchas cosas inconclusas, faltas de respuestas y sus deseos incumplidos.

—Yo quiero que estés aquí.—deje salir.

Un deseo que no me atrevía a soltar frente a nadie.

Entonces sentí como una pequeña mano de enroscaba en la mía y mi atención regresaba a la pequeña niña que me acompañaba. Su cabello rubio y sus ojos azules me recomendaron a alguien que ya no existía.

—¿Por qué lloras papá?—su voz fue tímida.

Tome a la niña entre mis brazos. Una existencia que en la carta, Auretta me suplicaba que rescatará. Estaba en una casa a las afuera de Stanford, al cuidado de una Nana. No había vivido una mala vida y estaba rodeada de lujos.

Pero tenía una soledad infinita.

Era tremendamente parecida a Auretta.

Entonces, hice lo que ella me pidió.

Darle una buena vida a su sobrina.

—No estoy llorando.—le dije.

Pero ella llevó su pequeña mano a mi rostro y tocó algo húmedo. Mi ceño se frunció y no supe cómo reaccionar ante la lágrima que caía.

—Oh.—deje salir simplemente.

—¿Estás triste?

—No lo sé.

Entonces miré la tumba de Auretta otra vez.

—Auretta, ella es Odette, la hija de Riona.—aunque se la presenté sabía que no podía oírme.

—¿Mi mamá?

—Auretta es tu tía.—le dije.

—Oh.—sonrió.

Dejé un ramo de margaritas y dándole una última mirada, me fuí de allí. Sin saber que ocurriría de ahora en adelante, pero con ella presente en mi mente. Cada vez que pensaba en Auretta mi corazón se aceleraba y mis manos temblaban, sentía que jamás podría olvidarla, porque cada vez que tenía la oportunidad me visitaba dentro de mis sueños.

En mis recuerdos.

Y sin entender que era ese sentimiento que me abrazaba cada vez que recordaba sus ojos azules mirándome y su sonrisa, esa que me hacía querer borrar sus recuerdos para terminar con su sufrimiento, volvía a invadirme.

Auretta dejó de existir.

Pero vivió siempre en mi.

Y deseé por primera vez en mi vida, que las segundas vidas existieran para volver a verla.

¿Era esto sentir, Auretta?

Te fuiste demasiado rápido como para dejarme saber si era así.

Me marche de Stanford y regresé a Wolterkaen con Odette.

Allí, fue como siempre.

Pero yo no.

No después de haber conocido a Auretta Laetrud.

Y aún así, todo en mi quedó inconcluso.

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Y este es el final mi gente hermosa.

Espero que hayan disfrutando tanto como yo.

¿Qué les pareció?

Los leo en los comentarios.

¿Qué final se esperaban?

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora