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Advertencia: Este contenido puede ser sensible para ciertas personas como: abuso sexual, violencia física, golpes, etc. Leer bajo discreción.

Hace dos años

Auretta.

A lo largo del tiempo, y de los días que iban pasando, mis preguntas iban en aumento, como un pequeño vaso llenándose de agua poco a poco. No sé en qué cuando sucedió, pero la curiosidad en mi me estaba sobrepasando.

No entendía nada.

Y eso me convertía en una presa de todo esto. Todos habían cambiado, y no podía descifrar de qué forma. No había algo bueno y tampoco malo, no era quien para juzgar, pero de tan solo pensar en ello me hacía sentir que me volvería loca.

Era incómodo.

Una obsesión que se estaba saliendo de control.

Aquella noche no había podido borrarse de mi memoria y la pesadillas no me dejaban dormir tranquila. Aunque claro, esto era solo un secreto que no podía decirle a nadie, porque ya no podía confiar en mis tíos, y mucho menos en Riona.

El cambió los abrazo a todos.

Al pueblo.

A Stanford.

Dios, quien antes era amado y adorado con gratitud y esperanza ahora era un medio lleno de obsesión y desesperación. Había algo en las oraciones, en todo lo que hacíamos para él, que no se sentía bien. Que me convertían en una persona completamente incómoda.

¿Qué era?

No lo sabía, porque nadie me lo había aclarado. Mi tío, paso de un hombre amable y sensible a uno que se sobresaltaba por todo, a un hombre que no podía dejar a Dios por nada en el mundo.

Esa era su excusa y nos obligaba a creer en él con fuerza y respeto implacable. Mi tía solo seguía sus pasos.

Y Riona, ella fue peor.

Ella bajó.

Fue a un pozo más profundo y vacío.

Su existencia se convirtió en algo que desconocía por completo. Está ya no era mi familia, está ya no era la familia Laetrud, yo ahora estaba rodeada de desconocidos y no sabía que hacer para traer a las personas que conocía de regreso.

Estaba aterrada.

Y todo había sido desde esa noche en la que mi tío casi muere. Tres semanas después, Riona nos contó que estaba embaraza y nadie dijo nada. Como si fuera la cosa más normal del mundo, mi tío asintió y ella simplemente se fue a su habitación.

Las visitas nocturnas a la iglesia poco a poco fueron menos frecuentes a como solían serlo antes. Cuando el vientre de Riona comenzó a notarse, nadie en el pueblo habló, nadie la señaló.

Nadie preguntó quién era el padre.

Y mucho menos nosotros.

No tenía ni idea.

Y no me atrevía a perturbar la tranquilidad de mi prima. La llegada de ese niño pareció iluminarle la existencia, aunque al principio la noticia no le había hecho gracia.

Pero todo se derrumbó, la tranquilidad que nos acompañó durante meses se esfumó como vapor. Porque cuando el bebé nació, y Riona estuvo en el hospital por días, el padre del niño se lo llevó y nadie supo nada de él.

Ni Riona.

Quien lloró y gritó para que lo trajeran de regreso, pero nadie hizo nada, nadie pudo traerle a su hijo de regreso. Lloró día y noche y sus lágrimas parecían secarla. Fue dolorosa verla así, porque el sufrimiento pareció ensimismado en ella, en ser el único en no abandonarla.

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora