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Corrí.

Entre los pasillos hechos de piedra, tome su mano y traté de ser silenciosa. El chico lleno de tatuajes solo me siguió.

Él no lo sabía, pero la emoción me recorría. Una sonrisa de oreja a oreja crecía en mi rostro y no podía ocultar el sentimiento abrazador que me sofocaba. Nevan me sujetaba con fuerza, nuestras manos se entrelazaban y se apretaban entre si.

Llevé mi dedo a mi boca, pidiendo silencio, que si fuera posible, aguantará la respiración hasta que saliéramos de allí. Miré a mi alrededor, buscando algo que no encontré. Estaba vacío, no había nadie.

—¿Qué hacen?—una voz hizo que detuviera mi paso.

Quise ocultarlo, pero mi cuerpo se sobresaltó.

—Oh, nada.—Nevan se apresuró a hablar.

Miré a Persa, quien nos miraba con sus cejas alzadas y sus brazos cruzados. La chica parecía estar limpiando, así que su ropa estaba un poco sucia.

—Los ví correr.—dijo.

Su cabello era extraño. Un color que nunca antes había visto en alguien más. Era similar al gris, casi blanco, pero hermoso y único.

Era Persa.

Unas ligeras pecas manchaban su rostro afilado.

—Estabamos jugando.—solo pude decir.

Aunque sabía que la chica no nos creía, ella solo se encogió de hombros y se hizo a un lado. Dudó, aún así, nos dejó ir.

Tome la mano de Nevan otra vez, y pase por su lado. Pero cuando ví otra vez sus ojos verdes, decaídos pero amables me detuve. Ella caminaba, se iba y yo solo pude observarla.

—Persa.—la llamé.

Ella fue rápida, se giró como si hubiera esperado a que la llamara. Su mirada decaída se iluminó, y esperó atenta a lo que sea que de mi boca saldría, la escoba que tenía en sus manos bailó entre sus dedos un poco ansiosa.

—¿Quieres venir?—murmuré en un susurro.

Entonces dejó la escoba contra la pared, y alistó su vestido como si se arreglará para una linda salida. Corrió despacio, suavemente y se puso frente a mi.

—¿A dónde?—quiso saber.

—A un lugar.—le dije.

No fue que no tuviera preguntas y tampoco era que no quisiera saber a dónde íbamos, pero ella no preguntó y tampoco dijo nada. Quizás era el hecho de querer escapar, huir lejos de aquí y aceptar cualquier cosa que la sacará de una realidad devastadora.

La chica asintió con su cabeza y fue detras de Navan. Salimos por la parte trasera, esa que iba directo al bosque. El peligro se olía, se sentía y nos helaba.

Era un día que ninguno quería vivir, experimentar. Era profundamente doloroso y temeroso. Así que la mirada decaída de Persa, disminuyó un poco cuando llegamos al bosque.

No estábamos muy lejos de la casa de Ethan Collins.

Corrimos, esquivando algunas ramas que rasparon nuestros brazos, y tomados de las manos, los lleve conmigo.

Porque quería salvarlos.

El viento era frío, al punto en el que respirar dolía. Mis ojos se volvieron acuosos, por los sentimientos y la frialdad que nos rodeaba. Ahora, a pesar de tener vestidos, eran mucho más abrigados que aquella tela blanca. Unos guantes de lana cubren mis manos y hacen que el tacto con las otras dos personas se convirtiera en algo mucho más acogedor, más cálido y llevadero.

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora