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Hizo lo mismo que la vez pasada. Caminó a mi lado pero desde el otro lado de la calle, en la oscuridad, en la sombra. Me siguió hasta casa. Había insistido a pesar de mi súplica.

Él quiso venir.

Cuando vió que llegué a la entrada, lo miré y le hice una seña con mis manos. Se tenía que ir y pareció entender. Sabía que no pondría resistencia, porque ahora yo debía golpear la puerta y tenían que abrirme. Lo ví irse, marcharse. No tenían que verlo allí.

No hice nada hasta que desapareció de mi vista, lejos de mi. Observé la puerta. Las luces estaban encendidas, y eso significaba una sola cosa.

Estaban esperándome.

Había dicho que enfrentaría el dolor con valentía, pero ahora que estaba aquí, no estaba tan segura de ello. No era bueno y me hacía sentir fatal. Me dolía el cuerpo entero y no había sido golpeada.

Era pronto.

Sí, me estaba haciendo la idea de lo que me ocurriría, del dolor que pronto no me dejaría caminar y me tendría en cama por días. Le había advertido al Doctor Ethan que no lo vería por un tiempo, aunque preguntó la razón de ello, no pude decirle nada. Tuvo que aceptar.

No estaba a su alcance

Y mis pocas palabras fueron suficiente para que no indagara más en el tema. Aunque mucho no podría explicarle, ni yo misma entendía que era lo que estaba pasando o el porque ocurría todo esto.

Solo existía.

Era lo único que sabía.

Pasaba y yo no tenía el control de detener nada, como ninguno aquí. Teníamos que vivir con esto, con el hecho de no tener el poder suficiente para defendernos y poner un alto a la injusticia y al abuso que nos carcomía poco a poco. Era ajena a todo, pero del mismo modo, era otra cómplice que callaba por miedo.

No por mi.

No tenía miedo a que algo me ocurriera, vivía con ello mi día a día, sino que, por mi culpa, otra persona podría salir lastimada.

Y ese era Ethan Collins.

Me arrepentía, no lo negaría jamás, pero era el único consuelo que tenía ahora mismo y aunque me quemara tomarlo, lo sostendría com todas mis fuerzas hasta el último instante. Era lo único que no podría apagarme completamente mientras durará está tortura.

Un pensamiento ingenuo, lo sabía, pero lo repetiría una y otra vez. Era lo único que tenía en estás tierras que camuflaba su perversidad, su engaño, en algo llamado "amor a Dios". Y ahora que sabía que a Ethan no parecía importarle lo que yo sentía, o lo que me ocurría y solo era un sentido del deber por ser su trabajo, me hacía sentir un poco más libre de la culpa que me acusaba señalando en mi dirección con crítica.

Egoísta.

Golpeé la puerta, y no fue ni uno solo segundo el que transcurrió hasta que está fue abierta. Mi tío Edgar quedó frente a mi, me miró de pies a cabezas, y no hizo falta que dijera absolutamente nada para que yo entendiera que era lo que quería. Tomó la bolsa de cartón que tenía en mis manos, y se la dió a mi tía quien se asomó.

No dije nada, solo caminé hasta el auto y él vino detrás de mi. Me subí al asiento de copiloto, y no tardó mucho en acompañarme. El hombre comenzó a conducir en silencio.

—¿Qué hora es?—pregunté en un susurro.

—Las tres de la madrugada.—asentí con mi cabeza.

Me había tomado mi tiempo, y lo había disfrutado. Mi tío no preguntó nada, aunque sabía que la necesidad de repuestas brillaba en su rostro cada vez que me miraba por el rabillo de su ojo. La carretera estaba vacía, y la nieve había dejado de caer. No me había puesto a pensar en nada y ello, fue algo que mi tío marco desde primera instancia.

Ayúdame a morir, Ethan Collins ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora