FRANCIA
Eché un vistazo rápido a la cocina, como si así fuera capaz de averiguar qué tenía ganas de comer. Nunca desayunaba dos veces lo mismo de manera consecutiva, salvo que fueran churros rellenos de dulce de leche bañados en chocolate. Esos sí que los podía comer durante dos, o hasta tres días seguidos sin aburrirme. ¿Por lo demás? Todo, y cuando decía todo era absolutamente todo, me aburría en cuestión de horas.
La mayoría lo consideraba un defecto, una cualidad espantosa con la que no les gustaría convivir. Aburrirse rápido tenía sus desventajas, pero, honestamente, para mí era una forma de mantenerme más viva.
Un día a día sin cronogramas, sin agenda, no era para todo el mundo, aunque a mí me funcionaba. Me gustaba saber que ningún día en mi vida sería igual al anterior, vivir con la certeza de que cada cosa que hacía era por puro placer.
Me declaraba fan de la espontaneidad y de las sorpresas. De lo instantáneo, lo simple, lo fugaz y pasajero.
En mi vida, pocas cosas se mantenían constantes. Y, a diferencia de casi toda la gente, no le tenía miedo al cambio. De hecho, me asustaba no estar en movimiento.
El estómago me rugió a modo de queja. No me decidía si quería unas tostadas, la porción de pizza de fugazzeta que había sobrado de hacía dos noches o, en el caso más interesante de todos, ir a comprar a la panadería que tenía a dos cuadras.
Abrí la heladera, como para tener un panorama visual de la situación. Muchas veces, cuando no podía decidirme por algo, necesitaba imaginarlo conceptualmente, observarlo, palparlo con las manos para sentir lo real del asunto.
Apenas aparté la puerta del refrigerador, un sobre de kétchup abierto se vino de cara al piso, salpicando los dedos de mis pies con esa sustancia espesa y roja. Puse los ojos en blanco y pateé el aderezo hacia un costado, enchastrando aún más las baldosas de la cocina.
Unas botellas a medio llenar, dos tuppers con comida vieja, un huevo y medio, un tomate achicharrado y cuatro bananas casi negras, eso era lo que me esperaba. Eso, y las dos porciones de pizza aceitosas y resecas sobre un plato de cerámica con bordes chamuscados.
El estómago se me revolvió del asco, pero en lugar de acomodar el desorden que tenía delante de mí, cerré la puerta de la heladera y me dirigí en busca de calzado y abrigo.
Me mentí a mí misma, asegurándome que, una vez que hubiera recargado energías, podría ponerme al día con el orden y la lista de las compras.
Patrañas. Sabía que eso de la organización no iba conmigo.
Generalmente, solía acomodar el departamento cuando Alma venía a hacer pijamada. Aunque a la niña le parecía muy divertido el lío de la tía, mi hermana me mataba si le daba esa clase de ejemplo a su hija menor.
Me calcé las crocs, recurriendo a una servilleta con mocos secos para limpiar el kétchup de entre mis dedos. Lancé el papel a mis espaldas, sobre la cama. Las sábanas caían y se arrastraban por la alfombra. Hice un bollo con ellas y las arrojé al centro del colchón.
Tomé una camperita del perchero de la habitación, quizá nadie notaría que llevaba el pijama por debajo del abrigo. El pantalón podía tranquilamente pasar por un pantalón de entre casa, tenía cuadros blancos y azules.
Me miré al espejo antes de salir.
Acomodé mis cortos pelos, los que apenas rozaban mis hombros. Pensé en que necesitaba cortarme las puntas de inmediato. Me gustaba llevarlas, como mucho, por debajo de las orejas.
![](https://img.wattpad.com/cover/358879081-288-k416305.jpg)
ESTÁS LEYENDO
No me rompas el corazón
RomanceFrancia es caótica, despistada, desordenada, impuntual, olvidadiza. Para ella, es imposible mantener una relación estable, deja a todos los hombres con los que sale. Benicio es organizado, puntual, controlador. Un tipo de agenda, alarmas y cronogram...