Capítulo IV

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Nada más emerger de la oscuridad del pasadizo, Kyla se apresuró a llegar hasta la zona de las casas que rodeaban el castillo, a unos veinte metros de él. Una vez allí, exhaló todo el aire de sus pulmones, feliz de poder disfrutar de un día en la ciudad, libre, sin tener que preocuparse por gente estúpida que no hacía más que molestarla continuamente.

Esperaba que no la reclamaran en el tiempo que estuviera fuera. No sabía qué consecuencias podría tener para ella esa pequeña escapada, y después de haber sido encerrada por la reina en aquella cámara, no se sentía tan segura como antes respecto a los límites que cruzarían con ella.

Vació su mente de todos los pensamientos referentes al castillo y la corte, y se dispuso a dar un paseo por la enorme ciudad. Pretendía conocer todas las plazas y callejuelas, visitar y maravillarse ante todo lo nuevo que encontrara. Caminó tranquilamente por el pavimento de piedra, a través de calles con bastante gente yendo de un lado a otro, y admirando los edificios que las flanqueaban, generalmente de piedra, aunque con variopintas decoraciones, como hermosos dibujos en los marcos de las puertas con motivos principalmente florales. También los había con diseños estrellados, que salpicaban de plateado la madera oscura y, en muchos casos, estos dibujos sobrepasaban los goznes de la puerta para decorar también alrededor de la misma, como si una explosión estelar, floral o de otro tipo hubiera ido a parar en esa casa. Dichas decoraciones iban desde dibujos a extraños cuernos de forma sinuosa sobresaliendo de la fachada, pasando por estandartes que caían de las ventanas y animales de toda clase.

***

-Ya sabes lo que tienes que hacer.- La oyó mascullar a sus espaldas mientras abandonaba la sala.

Notó la marca en su pecho arder como furiosas brasas.

***

Kyla pasó hasta el mediodía visitando la ciudad, disfrutando del paseo y a su vez haciéndose un mapa mental de sus calles y avenidas. Trató de desplazarse por las principales, recordando siempre el camino y fijándose en las fuentes, estatuas y otros elementos de las plazas que le ayudasen a orientarse mejor.

Decidió no tentar demasiado su suerte el primer día, y se apresuró en volver al castillo para la hora de la comida.

En su prisa por llegar pronto, apenas se fijó por dónde andaba cuando chocó con un chico que iba rápidamente en dirección contraria. Habría caído al suelo de no ser porque él la sujetó a tiempo.

Se giró para mirar al chico. Debía tener unos veintitrés años. Era un muchacho castaño, de piel morena, y complexión algo robusta. Él se separó rápidamente.

-Perdona, no te he visto.- Se disculpó, avergonzada.

-No, tranquila. Yo tampoco prestaba mucha atención.

Se apartó un paso, algo incómoda, al ver que él se había quedado mirándola fijamente.

-¿Sucede algo?- inquirió, nerviosa por el escrutinio. Comenzó a girarse para seguir su camino, deseando alejarse del chico.

-No, perdona. Es que me resultas familiar.- Aquello la puso en alerta.- ¿Trabajas en el castillo, por casualidad? Estuve un tiempo allí de aprendiz del herrero.

Ella asintió efusivamente. Usaría esa tapadera para cualquiera que preguntase.

-Soy Drawen.- Se presentó, extendiendo la mano.

-Kyla.- Contestó ella con una sonrisa.

-Encantado. Me gustaría quedarme a charlar, pero ahora mismo tengo algo de prisa. Ya nos veremos.- Se despidió con una inclinación de cabeza, a lo que ella hizo lo mismo. No sabía cuándo vería a aquel extraño chico otra vez, si es que llegaba a hacerlo, pero le hizo gracia que él lo diese por sentado. Le sonrió y continuó su camino.

Arcanum: la princesa cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora