Capítulo IX

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Kyla escondió una sonrisa triunfante cuando, con el plumín, se infligió el último corte en su antebrazo, antes de entrar en aquella oscura cueva con Melaneia. Ya tenía todas las indicaciones necesarias para poder encontrar ese lugar por su cuenta. Confiaba en que todas las cicatrices que le habían quedado en el antebrazo hubieran merecido la pena. Estaba decidida a averiguar por qué la reina se empeñaba en mantener tanto misterio acerca de la ubicación de ese lugar.

Tapó la zona ensangrentada con la manga de su suntuoso vestido y esperó a que Melaneia le quitara la venda de los ojos para tumbarse en aquel altar de piedra rojiza, como todos los días. De alguna forma extraña y retorcida, aquello ya se había convertido en parte de su rutina, al igual que las amenazas de Leinen, la presión de estar constantemente vigilada, o las miradas de desprecio de sus familiares.

Ese día marchaba considerablemente mejor que la mayor parte de las últimas seis semanas. Habían pasado ya diez días desde que había empezado a entrenar con Tylen, y en ese tiempo, nada preocupante había ocurrido, lo cual era mucho decir. 

Por el rabillo del ojo, vio cómo Melaneia bebía de una copa en la que había mezclado varias hierbas. Le extrañó, puesto que nunca la había visto tomar nada otras veces, pero no le dio importancia. En las dos horas diarias que solía pasar allí abajo, nunca sucedía nada, así que estaba muy tranquila.

Ya llevaba un buen rato ahí tumbada cuando sintió una presión extraña en su cabeza. Como si algo estuviese tirando de los más profundos rincones de su mente. Abrió los ojos; una luz blanca iluminaba su mirada. Lo veía todo más claro, incluso neblinoso. Casi le recordaba a…

-El Espíritu.- Masculló Melaneia, quien tenía una mano suspendida sobre su frente. Luego esbozó su habitual sonrisa despectiva, y puso los ojos en blanco.- Cómo no. 

Entonces retiró la mano y le mandó incorporarse, dando por finalizado aquello. Kyla así lo hizo, cerrando los ojos fuertemente debido a una repentina jaqueca. Sentía como si aquella luz que había visto antes estuviese continuamente moviéndose por su mente, libre de ataduras. Cada paso hacía que su dolor de cabeza incrementara.

Una vez en sus aposentos, tras haber apuntado con el plumín las últimas indicaciones de su antebrazo, fue a buscar a Tylen, ignorando aquella migraña. 

Estuvo entrenando con él el resto de la mañana y gran parte de la tarde. Aunque seguía siendo una completa inútil en el combate con espada, podía notar que cada vez se manejaba mejor con arco o con cuchillos; no tanto como para ganar al guardia en algún combate, pero sí lo suficiente como para ponérselo algo difícil. En cuanto al cuerpo a cuerpo… por más que intentaba encajar algún golpe, su mejor baza era esquivar.

Su entrenamiento sólo se vio interrumpido a la hora de comer, donde tuvo que soportar a Leinen sin lanzarle algo a la cara. Era cierto que últimamente el príncipe estaba extrañamente amable, pero Kyla seguía sin aguantarlo.

Al día siguiente, Kyla no recibió llamada alguna por parte de la reina, por lo que corrió a buscar a Tylen, contenta de no tener que bajar a las profundidades del castillo por una vez. Pasaron una mañana agradable en los jardines, o al menos hasta que el chico tuvo que irse para controlar las puertas de la ciudad, tras lo cual ella se dirigió a su cuarto; se sentía rara por no tener nada que hacer, ni nadie que la molestara.

Una vez finalizado el turno de Tylen, ya al caer la tarde, aprovecharon para ir a la ciudad, en busca de Nola y Drawen, y terminaron los cuatro en la barra de una taberna cualquiera, con jarras de cerveza delante, riendo a carcajadas por cualquier tontería.

Estaban todos escuchando atentamente a Nola contar una anécdota sobre un cliente cuando se oyó un fuerte golpe en la puerta. Todos en la taberna se giraron hacia la misma, sorprendidos, y el dueño abrió la boca para protestar, pero calló al ver quién había entrado.

Arcanum: la princesa cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora