Capítulo VIII

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Una vez vio cómo Kyla desaparecía por la puerta, Leinen se agachó con una sonrisa burlona hasta quedar a la altura del muchacho. Sabía que en cualquier momento el rebelde podía saltarle encima y atacarle, pero no le importaba demasiado. Casi lo esperaba.

Le puso una mano en el hombro como si fuesen grandes compañeros y exhaló.

-Lo siento mucho, amigo. Nada de esto habría pasado si tu querida... ¿cómo la llamas? ¿Kyla? Bueno, nada de esto habría pasado si ella hubiese cumplido con lo que tenía que hacer. No puedo decir que no haya sido divertido, pero...- Torció el gesto.- Bueno, podría haberse evitado. Ella podría haberlo evitado. Por ti.- Hubo una pausa.- Pero hizo lo que hizo, consciente de las consecuencias. ¿Lo sabes, no?

Vio el momento exacto en el que el puño del chico se alzaba hacia su mandíbula, pero lo esquivó con facilidad y sacó una daga fina y larga de su bota, colocándosela en el cuello. El prisionero presionó su garganta contra la daga, amenazante, como si no le importara que le rebanara el pescuezo, mientras sus ojos, en esos momentos negros como pozos sin fondo, le atravesaban con una expresión desafiante.

-Ay, Axel, Axel...- Suspiró como si aquello fuera una causa perdida.- No sé cómo has podido estar tan ciego.- La mirada del chico irradiaba una mezcla de furia y tristeza increíblemente profundas, lo que sólo hizo que el príncipe ensanchara todavía más su sonrisa.

Disfrutaba haciéndole sufrir, y no sólo físicamente. Toda la situación le hacía sentir bien. Poderoso. Enarcó una ceja en dirección al muchacho.

-¿De verdad creías que podías tenerla para siempre?- Rio una vez más, y realmente lamentó tener menos tiempo del que le gustaría para regodearse.- En fin, Axel. Sólo... mírate.

Le dio la impresión de que se preparaba para volver a atacar, pero Leinen ni siquiera le dio oportunidad de intentarlo. Se dio la vuelta, alejándose lo suficiente como para que el otro se relajara pensando que se iba, y con una amplia sonrisa, giró de vuevo, alzando el brazo y bajando la daga para descargarla sobre el hombro del chico, peligrosamente cerca de su corazón, en un rápido movimiento. Retorció cruelmente el arma en la herida, profundizándola todavía más. La roja sangre manchó su ropa, ya sucia y andrajosa, y él gruñó, haciendo que Leinen frunciera el entrecejo al no escuchar demasiados signos del dolor que sabía que el otro estaba sintiendo. Probablemente en otra ocasión no habría dejado pasar aquello, pero no podía retrasarse. Le hizo un gesto a Valio, quien murmuró unas palabras extendiendo una mano sobre el hombro del rebelde, y sacó la daga de su cuerpo para dejar que la herida se cerrase muy lentamente mediante la magia del hechizo, evitando que el chico se desangrase. No le interesaba matarlo. No todavía, por lo menos.

-Créeme, me gustaría quedarme un rato más contigo y que tuviésemos una larga y profunda conversación sobre cómo vas a desaparecer de la vida de Menesre, pero realmente no tengo tiempo.- Asintió con la cabeza en dirección al aprendiz de mago, quien ya estaba colocado detrás de Axel, listo para comenzar el siguiente hechizo.- Ya sabes lo que tienes que hacer.

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó, apresurándose en recorrer los largos pasillos hasta la zona de los aposentos.

Una vez llegó allí, llamó suavemente a una de las puertas con los nudillos, todavía sintiendo el éxtasis de adrenalina que todo lo ocurrido anteriormente le había provocado. Exhaló varias veces, tratando de tranquilizarse y disimular su sonrisa antes de que su madre le abriese.

Tras unos instantes, oyó el crujido que emitió la puerta al abrirse, y se encontró con el rostro aparentemente aburrido de la reina.

-Madre.- Saludó.

-Pasa, hijo.

Leinen miró a su alrededor, aliviado de que Lovidius no estuviese en la habitación en esos momentos. Odiaba a aquel hombre, y tener que soportar estar junto a él tanto tiempo todos los días fingiendo que eran uña y carne le ponía de los nervios.

Arcanum: la princesa cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora