Tylen se llevó de nuevo la mano al mango de su espada. No se fiaba de un pelo de toda la situación. Hacía unos veinte días se había colado en una carreta de suministros, de la cual no conocía el destino, con un único propósito: encontrar al maldito rebelde de Kyla. Antes de eso, había aprovechado unos días libres para ir a la cabaña en la que pensaba que estaban recluidos los amigos de la chica, sólo para encontrarla vacía.
Mientras esperaba a que anocheciera escondido tras la roca, rememoró la extraña situación que le había hecho emprender aquel viaje a la desesperada; un guardia (el que le había ayudado a meterse a hurtadillas en la carretilla, de hecho), le había buscado expresamente para darle un mensaje: debía fiarse de él y seguirle hasta donde estaba Axel, quien necesitaba urgentemente su ayuda. Como si eso último no lo supiera ya.
Observó cómo el sol se escondía lentamente en el horizonte, reflejando su sombra anaranjada en el suelo mojado por la lluvia, y repasó de nuevo el plan. Era sencillo, mientras todo saliese al pie de la letra. Agarró su alforja y se dirigió a la entrada de la cueva.
Tras engañar a los guardias con su tapadera de mensajero, siguió al guardia amigo de Axel por infinidad de grutas y pasillos subterráneos. Cada paso que daban reverberaba en la roca, de modo que se esforzaron en pisar suavemente. Tylen trató de aprenderse el camino por si acaso aquello era una trampa, aunque sin éxito; era un laberinto tan largo que necesitaría varios días para aprender su recorrido.
Finalmente se detuvieron frente a una abertura en la roca que daba a otra estancia, si es que se le podía llamar así al pequeño espacio en el que se encontraban tiradas ocho personas. Reconoció a Amaranthi, cuyo cuerpo se había elevado del suelo y tenía un tono transparente, lo cual indicaba que estaba en esos momentos en la Tierra. También identificó al anciano y la chica de tez marrón que vio con Kyla el día que se colaron en el castillo. Antes de que lo dejaran inconsciente, recordó apretando los dientes.
Cerca de la puerta estaba Axel, que se mantenía erguido con los ojos bien abiertos, mirando a la nada. Tylen lo observó unos instantes antes de entrar. Estaba pálido y demacrado, con todo su cuerpo atacado por temblores, o bien debido al frío o a alguna clase de enfermedad. No obstante, su expresión de furia no había cambiado. Estaba seguro de que, por muy débil que estuviera, ese chico arrasaría con todo una vez fuese libre. Sería peligroso.
-Rebelde.- Lo saludó con voz seca.
-Guardia.
Tylen se puso de cuclillas para mirarle a la cara.
-Tenemos que hablar.
Axel rio amargamente.
-¿Tú crees?
Brevemente, Tylen le puso al día, aunque al parecer Axel ya conocía lo esencial. Luego fue el turno de este último, quien le explicó rápidamente lo que sabía sobre aquella prisión.
-Resumiendo: estamos jodidos.- Finalizó con expresión sombría.- Necesitamos sacar de allí a Kyla como sea. El problema es que mientras nosotros estemos aquí encerrados, no puedo contactar con nadie en quien confíe para liberarla. Por eso pedí a Sierpes que fuera a por ti.
Tylen ladeó la cabeza, contrariado y confuso.- ¿Confías en mí?
-Ya quisieras. Confío en que tu... amistad con Kyla sea suficiente para que hagas todo lo posible por ella.- Lo miró fijamente con sus ojos marrones.
El otro frunció el entrecejo ante la insinuación, pero no comentó nada.
-Bien.- Murmuró Tylen, aunque incluso el murmullo hizo eco en las paredes.- Sabemos que, actualmente, no saldrá del castillo por voluntad propia. Si no encuentro una manera de que recupere sus recuerdos y vuelva a ser ella misma, necesitaré ayuda. No es fácil hacer que todo el mundo pase por alto la desaparición de una princesa, y mucho menos su secuestro.- El muchacho odiaba la idea de llevársela en contra de su voluntad, pero era mejor eso que dejar que se quedara en la corte.
ESTÁS LEYENDO
Arcanum: la princesa cautiva
Viễn tưởngLIBRO DOS (📚 saga Arcanum) Tras el trato que hizo Kyla con la reina Melaneia, la situación de la chica cambia radicalmente: vestidos, joyas, guardias y una constante actuación para esconder su miedo se convierten en su inevitable rutina mientras, e...