Capítulo XII

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Kyla abrió los ojos, tratando de enfocar la vista y concentrarse en lo que tenía a su alrededor. Una vez hubo despertado del todo y se dio cuenta de dónde estaba, suspiró y dejó caer su cabeza de nuevo sobre la piedra. Movió un poco las manos. Efectivamente, unos grilletes le rodeaban cada muñeca, mantenéndola sujeta al altar de piedra. Por el rabillo del ojo vio que se le acercaba Melaneia.

-Ug.- Masculló nada más reconocerla.- Déjame ya en paz.- Exhaló. No sabía por qué razón estaba extenuada, y sentía su mente como un mar de nubes de tormenta que le impedían pensar con claridad.

La reina puso los ojos en blanco.

-Veo que ya estás de vuelta. No te preocupes. Lo solucionemos en un momento.- Alzó un cáliz lleno de un líquido dorado.

-¿De vuelta? ¿Qué...?

De pronto, sintió como si un estallido de luz pasara ante sus ojos, provocándole una momentánea ceguera. Y recordó todo lo ocurrido aquellos días. Menesre. Su rechazo hacia Axel y los rebeldes. Los engaños. Aquel noble a quien había denunciado.

Una lágrima escapó de su mejilla. Aquello no podía ser real. Ella no había hecho eso.

Vio a Melaneia aproximándose lentamente a ella, mientras tiraba el cáliz vacío hacia un lado. Antes de que Kyla pudiese articular palabra, esta colocó sus manos en las sienes de la muchacha y todo se volvió negro.

***

Axel entornó los ojos nada más sumirse en la oscuridad de aquella gruta subterránea. Tras varios días de viaje en aquella celda con ruedas, esa mañana los habían sacado de ella y obligado a subir una montaña que el chico reconoció como Ruosit, la montaña prohibida de las siete que había en la cordillera Ristusiana. En teoría aquello se debía a que era el hábitat de criaturas como grifos salvajes, ogros, y hasta una hidra. Evidentemente, era más leyenda urbana que realidad, pero la monarquía había prohibido su entrada, supuestamente <<para la seguridad de los ciudadanos>>. Además, su aspecto contribuía a alimentar los relatos que se contaban cerca del lugar: consistía en una montaña de roca negra y sin vegetación, rodeada de densa niebla gris.

Los empujaron para que avanzaran, adentrándose cada vez más y más en la gruta. Axel ya había perdido la noción del tiempo que llevaban andando, por no hablar de los kilómetros y kilómetros de profundidad a los que se encontraban. Finalmente se detuvieron frente a una gran puerta enrejada de hierro. Olsan, el jefe de la guardia, sacó unas llaves oxidadas y las introdujo en la cerradura. La puerta se abrió con un chirrido.

-Bienvenidos a Helvetium. Vuestro nuevo hogar.- Les sonrió con ironía. -Aquí por lo menos seréis de utilidad.

Volvieron a adentrarse en una oscuridad todavía más profunda. Atravesaron un largo túnel mientras el frío y la humedad les iba calando en los huesos, y llegaron hasta un espacio circular, iluminado con unas pocas antorchas. En él había cuatro personas, tres hombres y una mujer, encadenadas de una muñeca a la pared de roca. Los guardias colocaron a los otros cuatro exactamente igual y se marcharon.

-Así que vosotros también habéis llegado a este infierno, ¿eh?- Rio uno de ellos. No debía de sobrepasar los cuarenta años, pero sus ojos medio ciegos y su piel pálida y arrugada denotaban el cansancio propio de alguien de ochenta.

Los siguientes días fueron una tortura. Según les habían explicado sus nuevos compañeros, allí metían a los prisioneros más peligrosos que podían resultarles de utilidad y que no tenía sentido matar. Los despertaban a gritos y golpes, les obligaban a levantarse, les conducían hasta unas minas en el mismísimo centro de la montaña. Allí pasaban todo el día, trabajando y buscando piedras preciosas, oro arcaniense y cualquier otra cosa que sirviese para enriquecer las arcas reales.

Arcanum: la princesa cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora