𝐗𝐗𝐈𝐈. 𝐂𝐎𝐍𝐅𝐄𝐒𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐈𝐍𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐀𝐃𝐀𝐒.

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ᴸᵒˢ ᶜᵉˡᵒˢ ᴾᵒᵗᵗᵉʳ.






El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Ellis le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo. Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío.

Harry disfrutó mucho la clase de Adivinación de aquella tarde. Seguían con los mapas planetarios y las predicciones; pero, como Ron y él eran amigos de nuevo, la clase volvía a resultar muy divertida y desde qué Ellis había aceptado salir con él en una cita sus ánimos últimamente estaban muy altos. La profesora Trelawney, que se había mostrado tan satisfecha con Ron y Harry por su gran mejorado progreso en la materia (gracias a Ellis la cual seguía ayudándolos cuando tenía un tiempo libre), volvió a enfadarse de la risa tonta que les entró en medio de su explicación de las diversas maneras en que Plutón podía alterar la vida cotidiana. Ellis negó levemente mirando con diversión a los dos chicos.

—Me atrevo a pensar —dijo en su voz tenue que no ocultaba el evidente enfado— que algunos de los presentes —miró reveladoramente a Harry— Se mostrarían menos frívolos si hubieran visto lo que he visto yo al mirar esta noche la bola de cristal. Estaba yo sentada cosiendo, cuando no pude contener el impulso de consultar la bola. Me levanté, me coloqué ante ella y sondeé en sus cristalinas profundidades… ¿Y a que no diríais lo que vi devolviéndome la mirada?

—¿Un murciélago con gafas? —dijo Ron en voz muy baja.

Harry y Ellis hicieron enormes esfuerzos para no reírse.

—La muerte, queridos míos.

Parvati y Lavender se taparon la boca con las manos, horrorizadas.

—Sí —dijo la profesora Trelawney—, viene acercándose cada vez más, describiendo círculos en lo alto como un buitre, bajando, cerniéndose sobre el castillo…

Miró con enojo a Harry, que bostezaba con descaro. Ellis sintió un escalofrío en su cuerpo y desvío la mirada un tanto pensativa.

—Daría más miedo si no hubiera dicho lo mismo ochenta veces antes —comentó Harry, cuando por fin salieron al aire fresco de la escalera que había bajo el aula de la profesora Trelawney—. Pero si me hubiera muerto cada vez que me lo ha pronosticado, sería a estas alturas un milagro médico.

—¿Seguro? Porque cuando te vi en la primera prueba, te veías pálido, incluso pensé que eras una huella fantasmal que dejaste en el mundo terrenal —bromeó Ellis, acercando su dedo a la mejilla de Harry para dar pequeños toquecitos.

𝗢'𝗕𝗿𝗶𝗲𝗻¹: 𝗘𝗹 𝗰𝗼𝗺𝗶𝗲𝗻𝘇𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora