𝐄𝐏Í𝐋𝐎𝐆𝐎

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La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de una lámpara de aceite. Cerca de la ventana, una mujer estaba sentada en un sillón, con la mirada fija en el pedazo de papel que tenía entre sus manos. Sus ojos cafés recorrían las líneas del sobre de la carta con una expresión indescifrable, reconociendo enseguida aquella letra familiar.

No era de extrañar; desde su juventud, había estado relacionada con aquella persona. Conocía a la perfección esa letra, pues había vivido muchos años con él, criándose lo suficiente como para identificarla sin duda.

La mujer seguía contemplando la carta en su mano, sin querer abrirla, pero sin poder evitar sentir la necesidad de hacerlo.

El silencio era sepulcral, roto únicamente por el susurro de la brisa que se colaba por la ventana entreabierta. La mujer permaneció así, absorta en la misteriosa misiva, durante lo que parecieron horas. Estaba inquieta, perturbada por esa carta, no porque supieran su paradero —sabía que a él no se le escaparía ningún detalle, y menos uno tan importante—, sino que, lo que le inquietaba era porque hasta ahora recibía esa carta.

Solo había una razón para ello, y no sería algo que le agradara. La mujer suspiró cansada y dejó la carta a un lado, en una mesita. Sea lo que fuere lo que dijera esa carta, ella no volvería al lugar donde todo comenzó, no después de lo que había hecho y las consecuencias que eso había traído.

¿Vas a seguir huyendo?

La mujer se levantó de su sillón, decidida a cerrar la ventana, apagar la vela e irse a dormir de una vez para que su mente no siguiera atormentándola, pero una voz la detuvo:

—No vas a leerla, ¿verdad? —preguntó la mujer de cabellos rizos, mirando a su prima menor con cierto pesar.

La mayor llevaba una larga bata de dormir azul cielo, su cabello castaño rizado recogido n un perfecto moño. Su mirada café era suave, pero firme, una cualidad característica de su familia.

La joven la miró y luego volvió a mirar la carta que descansaba en la mesita. Sus miradas se encontraron de nuevo.

—Es lo mejor…

—No, no lo es —dijo la mayor, haciendo que la joven suspirara.

—¿Cómo lo sabes? —comentó frustrada. Después de lo que había pasado años atrás, ella no deseaba volver, aún se sentía culpable— No sabes todo lo que sucedió allá, fue un infierno y no quiero revivir eso si vuelvo…

𝗢'𝗕𝗿𝗶𝗲𝗻¹: 𝗘𝗹 𝗰𝗼𝗺𝗶𝗲𝗻𝘇𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora