Era momento de entrar. Llevaba cerca de diez minutos pensando en cosas que le produjeran una sonrisa sincera y un aura agradable, y aunque las había, cada vez que pensaba en Jaime, el disgusto lo sobrepasaba. Prácticamente, le suplicaría que la dejara trabajar en lo que fuera en ese desfile, era un arma de doble filo si lo pensaba bien. Podía aprovechar la situación para humillarla de alguna manera, y sus humillaciones, si bien se proponía no darle importancia, siempre la hacían sentir mal al finalizar el día.
¿Realmente valía la pena? Su madre le había insistido muchas veces antes que no se molestara al respecto, afianzando que el mejor regalo que podía recibir cada año era tenerla a ella como su hija, pero no sería una buena hija si no se esforzaba por brindarle lo mejor que podía.
Lloriqueó. ¿Por qué el destino no le puso otra cosa en el camino? ¿Por qué tenía que ser Jaime? Sacudió la cabeza, se dio un par de palmadas en las mejillas suavemente, movió los brazos y las piernas, liberando tensión. Lista o no, allá iría y obtendría el bendito trabajo. Tomó impulso y recorriendo a grandes zancadas la corta distancia, entró en la tienda abriendo suavemente la puerta.
- Hola, Vicente, ¿Cómo estás? – saludó sonriente, apoyando los brazos cruzados sobre el mostrador.
Antes de responderle, él unió los labios en una delgada línea y movió las cejas varias veces individualmente, inspeccionándola.
- Me gusta tu cabello, ¿Es color uva? – intentó alagarlo para que no fuera tan duro con su crítica, a lo que él solo reaccionó exhalando.
- ¿Qué haces aquí?
- Vine a ver a Jaime.
- ¿Estás loca, verdad? – negó con la cabeza lentamente para luego asentir. Debía estar muy loca para hacerlo, no había duda de ello – Pierdes tu tiempo, no te va a recibir.
- Eso ya lo veremos, ¿Dónde lo encuentro? – simuló una gran sonrisa.
- ¿Crees que te lo diré? Ha estado de muy mal humor y verte lo pondrá peor. No me arriesgaré a perder mi empleo por tu culpa.
- Exageras. Eres el mejor recepcionista que puede tener Jaime, ¿Cuánto llevas aquí? ¿Cuatro años? – gesticuló demás mientras él la observaba detenidamente – No te despedirá solo porque yo este paseándome por los pasillos de la tienda sin supervisión. Solo dime donde está, en verdad me urge hablar con él – hizo pucheros, pero él parecía más interesado en observar su rostro como si fuera la cosa más rara del mundo – Por favor, ¡para! – exclamó en súplica – ¿Por qué me estás mirando así?
- ¿Te has puesto maquillaje? – movió los ojos a la izquierda antes de negar.
- No – bufó burlona – eso sería... – Vicente se estiró por encima del mostrador y la recorrió de pies a cabeza – ... tonto.
- ¿A quién intentas engañar? Te has venido muy guapa. ¿Qué tienes que hablar con Jaime? – levantó la ceja inquisitiva.
- No es de tu incumbencia – soltó seria y dejando de perder el tiempo con él, rodeó el mostrador siguiendo por el pasillo.
- ¡Me lo tienes que contar! – le exigió.
Sabía que exageraba poniéndose la falda de pliegues de cuero, sin embargo, ¿Quién podía parar a Morgan? Una vez supo de su existencia, insistió en que la usara, negándose a ayudarla si no lo hacía. Y, ¿en qué momento se le ocurrió que era buena idea maquillarse? Por primera vez lo hizo por voluntad propia y tal parece que no fue acertada su decisión.
Ignoró los habitáculos, ya que sería absurdo buscar allí. Para que Jaime dejara a un lado su taller por asesorar a un cliente, este debía ser de la alta sociedad, alguien al que no podía darle el lujo de irse insatisfecho. Fue una de las primeras cosas que aprendió trabajando en Inefable, y que ahora le causaban demasiada curiosidad, pues precedió un momento de ensueño en su vida y la mayor lección de todas. Esos cuartuchos era mejor evitarlos. Por tanto, empezó la búsqueda de aquel horrendo rostro desde los talleres donde era más probable encontrarlo.
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♥ Fue un Error Conocerte ♥
Romance¿Cuántas veces nos hemos resistido a aceptar la realidad? ¿Cuántas veces nos hemos esforzado por controlar lo que está fuera de nuestras manos? ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido de haberlo o no hecho? Y no importa, porque seguimos aquí. Siguiendo...