Cerró la mano con fuerza y golpeó la puerta de la habitación 208 del decadente hotel. Le había tomado más tiempo del que disponía llegar hasta aquel lugar, para su disgusto todas las indicaciones dadas por Antonia coincidían. Desde la parada del autobús había encontrado las cuatro tiendas de víveres y abarrotes, la fábrica de muebles y las tres peluquerías, en las que debía cambiar de dirección hasta llegar al hotel El Griego, al que al letrero le faltaba la "i" y la "o". Una edificación de dos plantas, que en un pasado fue de color amarillo pastel con líneas azul oscuro.
Acudir a él como su última opción, después de lo sucedido con Gloria, era de lo más tonto. Solo esperaba que, tratándose de su hija, hiciera a un lado los disgustos y la ayudara.
Tras su recaída hacía dos semanas estaba más convencida que algo no estaba bien y debía actuar. Ya no soportaba quedarse sentada, cruzada de brazos, viendo como Denise era cada vez más apática. Buscando una solución, se había involucrado más en su vida. Fue por ella a la escuela, recibiendo las quejas de la maestra por los resultados desfavorables. Aquel día, Valeria se enteró de que no era la primera vez que se informaba del retroceso de la niña.
Molesta con Gloria, había llevado a Denise hasta la acera frente a un consultorio psicológico. Los pequeños pies de la niña no se movieron por los siguientes quince minutos. Frustrada, había volteado la mirada un instante y al regresar, Denise se marchaba. Desde aquella tarde, estaba mucho más distante. Sus hermanos eran los únicos a quienes les permitía acercarse.
Todas sus pinturas, incluyendo la del concurso, terminaron manchadas provocando que Gloria la castigara severamente.
La puerta se abrió un poco, dejando entrever la punta de la nariz.
- Valeria, ¿qué haces aquí? – preguntó una voz masculina, levemente temblorosa.
- Don Bernardo, necesito hablar con usted, ¿puede darme unos minutos?
Él cerró la puerta, quitó los seguros y la dejó pasar.
La habitación donde vivía el exesposo de su jefa y padre de los niños que cuidada, no era mayor a un área de veinticinco metros cuadrados. Dentro se encontraba la cocina, la cama, el comedor y el baño que contaba con una pared que lo aislaba del resto del cuarto. Valeria suprimió las ganas de cubrirse la nariz debido al olor a podredumbre proveniente de la fruta podrida en la pequeña mesa plegable, de la loza sucia dentro de un improvisado lavaplatos, del inodoro y de él.
- Toma asiento – le ofreció.
Tenía para elegir un viejo sofá cubierto por una capa de mugre haciendo irreconocible el diseño del tejido o un taburete café sin espaldar. Se sentó en la segunda opción y él frente a ella, en la cama.
Nunca se hubiera imaginado a Bernardo de aquella manera. La piel se le pegaba a los huesos y los ojos estaban a una pujada de salirse de órbita. Su cabello negro grisáceo había dejado de ser lacio para convertirse en mechones gruesos que daban la impresión de no haber disfrutado del agua y el jabón en semanas.
- Gracias, Don Bernardo. Quiero hablarle de sus hijos, especialmente de...
- Mis hijos – la interrumpió nostálgico – ¿Qué sucede con ellos? No he tenido dinero para pagar la manutención, de hecho ni siquiera tengo para alimentarme – levantó la mirada hacia ella y luego a su bolso – ¿de casualidad traes algo que me pueda servir para matar el hambre? – pasó la lengua por los labios cuarteados y pasó saliva.
- Oh, sí. Lo había olvidado, doña Antonia lo envía.
Sacó del bolso una bolsa de panecillos, entregándoselos. Bernardo tomó la bolsa rasgándola y se embutió un primer panecillo seguido de otro.
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♥ Fue un Error Conocerte ♥
Romansa¿Cuántas veces nos hemos resistido a aceptar la realidad? ¿Cuántas veces nos hemos esforzado por controlar lo que está fuera de nuestras manos? ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido de haberlo o no hecho? Y no importa, porque seguimos aquí. Siguiendo...