Capítulo 17: El precio del descuido

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Hojas comenzaron a volar por doquier en la oficina.

Papeles escritos a bolígrafo, dibujos, imágenes. Todo estaba tirado por el suelo.

Cualquier persona que entrara se encontraría con el perturbador paisaje de un bibliotecario con nula organización.

En medio de todo, yacía un hombre alto, de cabello castaño peinado hacia atrás al estilo low fade trabajando en todo tipo de casos, notándose su cansancio en las ojeras casi negras por debajo de sus párpados.

— ¡No puedo creer que apenas haya encontrado algo sobre todo esto! — Su frustración llegó a tal alto pico que lanzó todos los documentos apilados en el escritorio al suelo mientras se lamentaba de su avance tan ínfimo sobre el caso — Maldita sea, no puedo seguir así...

— Señor Alduin.

Una voz hace acto de presencia en medio del turbulento eco en la mente del joven con ojeras, atrayendo su atención hacia la puerta.

— Señora Rivera — Menciona casi recostado en el escritorio — ¿A qué le debo el placer de su visita?

— Desgraciadamente a mí no — Dice la mujer entrando con una escoba y un recogedor a la oficina — El agente Juan Rodríguez me ha dicho que te diera esto. Es su siguiente asignación.

Al tomar el documento, observa y analiza todo lo que está dentro de este en menos de diez segundos. Mientras, aquella mujer entrando en la tercera edad comenzaba a murmurar, quejándose sobre el estado de la oficina que tenía que arreglar.

— Parece que tengo órdenes de salida. Señora Rivera — Menciona el joven moviéndose directo a la puerta, guardando el documento, pero antes de salir es detenido por las palabras de aquella señora dentro de la oficina.

— Adriana no era tan impulsiva — Dice mientras levita todos los papeles desperdigados por el suelo y ordenándolos en el escritorio — Siempre estaba en el caso y mantenía la calma. Sabiendo eso, deberías ser al menos la mitad de lo calmado de lo que ella es.

Al observar todo el desastre que hizo en la oficina y lo rígido que estaba su cuerpo por la investigación, suspiró por un momento, pensando en que aquella señora de la limpieza tenía razón. Eran pocas las veces que había visto a Adriana en total descontrol de sus emociones, por algún caso o por alguna injusticia, ella seguía adelante siéndole fiel a sí misma.

Incluso cuando la encontró en prisión, quien se alteró frustrado y enojado fue él, aunque era ella quien había caído en toda la conspiración del jefe de la Guardia.

Aunque seguía frustrado y enojado por la inculpabilidad recaída en los hombros de su compañera y líder, no podía hacer nada con propias emociones a rienda suelta.

— Muchas gracias, señora Rivera. Me ha ayudado a calmarme.

— Ten un buen día, muchacho. Y no persigas tonterías, las prioridades las debes tener claras en cada momento.

Tras las palabras de aquella señora de la limpieza, mientras observaba cómo la oficina volvía a tener su color original y no el blanco de las hojas, se despide y se retira hacia su siguiente caso.

Mientras, la situación en el parque no era para nada buena, ni risiblemente equilibrada.

Los dos chicos que yacían disfrutando su día lejos de cualquier estorbo o perturbación de su pacífica vida, fueron rodeados por completo por una docena de personas desconocidas para ellos.

— Veo que quieren hablar con nosotros — Encara Abdel primero, intentando dilucidar alguna cara conocida entre tantos rostros grises — Me pregunto el por qué querrían hacer eso.

Destello del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora