Prólogo

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Miro sus ojos, esos ojos que una vez me miraban con tanta ternura y hoy, hoy me observan con mucha frialdad. Debería odiarlo por todos sus tratos, debería volver a la miseria de dónde salí, porque de todas formas aquí vivo en miseria, debería correr y salir de sus juegos que me están cobrando, cobrando mis codicias y sus rencores, pero no...

Mi cuerpo se queda inmóvil, a pesar de comprender que estoy sobre arenas movedizas. Mis ojos se quedan perdidos en los suyos. El corazón, jamás lo sentí latir con tanta prisa. Las jodidas manos amenazan con sudarme y el calor amenaza con evadir mi cuerpo. Y cuando ya creo que sería el colmo que fuera a temblar intento moverme.

—El amor marca dos extremos brutales de lo que te hace ser la mejor versión de ti mismo y lo que te destruye al punto de consumirte a nada. No lo olvides Esme. Conocerás ambos extremos.

Separé ligeramente los labios para hablar pero de mi boca no salió ni siquiera una palabra. Respiré. No me quedaría callada, le respondería, sin embargo mi mente se quedó en blanco y yo solo escuchaba como mi corazón estaba eufórico.

Mierda.

«Yo convertí al chico amoroso y bueno en este tío déspota y frío»

—Fui yo quién te impulsó a no ser conformista, fui yo la causa de que lucharas por más, ahora me quieres crucificar cuando al fin de cuentas, te hice un bien.

No sé cómo esas palabras salieron de mi boca cuando mi mente seguía perdida. A veces, incluso, puede transmitirme miedo.

—El bien que me hiciste te lo devolveré con creces —comenta.

Da un paso hacia mí y por instinto me muevo otro hacia atrás. Me reclamo internamente por esto, por las visibles muestras de temor.

Y de ahora en adelante me considero más jodida de lo que una vez estaba. Ahora solo me queda pagar por mis codicias y sus rencores.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora