4. Siena

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«Y si la vida te da limones, a buscar sal y tequila»

Mis pies no avanzaban y creo que el puto aire desapareció. De pronto siento que me ahogo, que me aturdo, que no pienso. Me suda el cuerpo, me tiemblan las manos. Son tantas cosas que le suceden a mi cuerpo a la vez, que dudo que pueda salir bien parada de esta. Jamás me había sentido tan perdida, tan mal.

Me apoyo en la puerta, como si ese pedazo de madera me devolviera a mi estado normal. No lo hace, no mejoro, pero intento al menos preguntar:

— ¿Cómo ha sucedido esta mierda?

Él sonríe y al momento entiendo que no es Erling Savage, mi ex novio, el chico más atento del mundo, era otro completamente distinto. Tenía sus ojos, su rostro con una barba que antes no tenía, sus labios, pero no era él, internamente no.

La sonrisa era fría, cargada de muchas cosas y ninguna buena. Se notaba la maldad, el rencor. Este era un Erling distinto y yo no sabía que tan perverso podía llegar a ser.

Esta de pie frente a una gran mesa, mientras me mantiene la mirada. No dice nada, solo me observa. La mirada diferente también. Era más intensa, más oscura. Las piernas amenazan con fallarme, pero intento seguir tomando como medio de fortaleza la puerta.

Ver a Erling jamás me había puesto de esta manera.

Rodea la mesa y se sienta en su majestuosa silla demostrando poder. Toma un aspecto relajado, dejando sus brazos descansando en los  reposamanos de la silla.

—Acércate —ordena.

No lo hago, no le sigo. No puedo hacerlo. Mis pies no me responden.

Se inclina ligeramente hacia delante. Lo hace lento, como si no tuviera prisa en obtener el resultado que desea, tampoco dudas de que lo conseguirá. Apoya sus manos esta vez en la mesa y me observa demandante.

—Acercáte Esme, ahora —demanda.

Y esta vez no sé cómo demonios le sigo, pero parezco títere que actúa a través del mandato de alguien.

Iba a sentarme, porque juro que lo necesitaba. La situación está siendo muy difícil. Tengo el trabajo de mis sueños, me ha llenado los ojos y he firmado un contrato de trabajo por un año, obligatorio. Si sigo pensando en todas esas cuestiones juro que caigo de bruces al suelo.

—No soy Esme, soy Siena —contesto.

—No te he ordenado que te sientes, Esme —dice rompiendo en mil pedazos mi alivio al ver la silla.

Me quedo de pie, notando como todo dentro de mí revoluciona negativamente. Su mirada sigue en mí, devorándome, analizándome.

— ¿Eres el jefe? —pregunto y aunque creo saber la respuesta, sigo deseando que sea «no».

—Así es. Trabajarás para mí por el período de un año —asegura y esas palabras caen como cubo de hielo sobre mí—, como empleada doméstica —concluye y entonces es Alaska cubriéndome entera.

— ¿Qué? —pregunto y es lo único que artículo.

—Lo que escuchas Esme. Si quieres, aquí está el contrato que firmaste.—Extiende un sobre gris sobre la mesa.

—Esto es una puta broma —digo y mi voz suena afecta, pero es que lo estoy.

Rebobinado en situaciones pasadas:

Desde que dejé a Erling y salí de mi viejo pueblo todo ha sido días grises. He llorado lo que él ni se imagina. He tenido que aguantar maltratos, abusos, largas jornadas de trabajo y estudio al mismo tiempo. He estado sola. He pasado hambre. He intentado sobrevivir, esa es la palabra que me ha acompañado. Al fin creía que mis momentos de colores vendrían. Alcancé el trabajo de la compañía que he seguido, que he admirado por mucho tiempo. Se acabaría el hambre, las insinuaciones del casero porque no tengo dinero para la renta, el maltrato que me daban cuando era empleada doméstica, los abusos que cometían. Creí que acabaría todo. Entonces, me encuentro frente a frente a mi ex novio, que ahora tiene mi vida entera en sus manos y pretende castigarme por lo que le hice, cuando la paga ya fue hecha por mucho más de lo que dañé.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora